Algo divertida. Algo movida. Algo aburrida. Pokemon: Detective Pikachu es el último intento de Hollywood de meterse en los calzoncillos de una franquicia japonesa. Con los animes le va mal, con los kaiju eiga le fue mejor. Acá toman un videojuego / devenido serie animada / devenido saga de filmes / devenido versión live action que se escapa por la tangente para intentar hacer algo diferente. En la saga todo se reducía a capturar monstruitos (pokemones, pocket monsters o “monstruos de bolsillo”) y combatir contra otros jugadores / entrenadores para quedarse con la mayor cantidad posible y ser el as del rubro. Acá la cosa va de detectivesca y, honestamente, el filme no valdría un comino de no ser que contrataron a Ryan Reynolds para la voz del peluche animado amarillo. Aquí podríamos tener una idea de lo que sería una version ATP de Deadpool cuando Disney le haga un enema sanitizador y le saque todo el contenido trasgresor al personaje. Pero Reynolds juega por partida doble, y es tanto lo mejor como lo peor del filme. Hay salidas inapropiadas para lo que es un producto infantil (“a veces me acarician tanto… me tocan tanto.. me meten un dedo”) que te causa tanto gracia como shock porque hay niños atendiendo la pantalla. Mi nena de 10 años la estaba viendo conmigo y se le pasó la referencia, pero estoy seguro que a otros espectadores infantiles no se le escapará… y harán la incómoda pregunta de dónde le podrían meter un apéndice dactilar al bicho amarillento de marras. Y, como ésa, hay varias salidas con doble sentido.
Pokemon: Detective Pikachu es un producto hueco por donde se lo mire. No hay mucho interés en construir un universo creíble para la existencia de estos bichos. Tomando notas de The Golden Compass, estos bichos aparecieron y hoy todo el mundo tiene uno como si fuera parte imprescindible de su personalidad (no como los daemons que eran el espíritu extracorpóreo de los humanos en un universo alternativo). Pero hay bastante de simbiosis entre pokemones y dueños, y uno puede morir si pierde al otro. Escupido al pasar con un infomercial que Justice Smith ve en un tren, la cuestión es un detalle menor para el libreto. El tema es llegar rápido a que Pikachu / Ryan Reynolds entre en escena antes de que la platea se duerma. Y sí, el tipo es gracioso pero a veces se pasa de rosca y habla demasiado. Aún cuando todo esto sea una estupidez sideral se precisa un mínimo de lógica interna y, si estamos en una escena hablando de la desaparición / posible muerte del padre de Smith, el bicho podía de ser menos sarcástico y pasado de vivo.
Tampoco hay mucha lógica interna con el resto de la trama. Ellos saben que uno de los primeros pokemones tiene información vital sobre el paradero del padre (o de su cuerpo) y, al ver que lo atrapan y lo llevan a una instalación, en vez de ir hacia ella prefieren ir a la ciudad simplemente porque es la hora del clímax y de ponerle un cierre a la película. El bicho es bastante inútil como detective (y eso que tiene la cazadora de Sherlock Holmes), y hay un montón de personajes de relleno, ingratos papeles para actores talentosos como Ken Watanabe o Kathryn Newton, la que vimos hace poco en The Society y ha probado ser una intérprete de la hostia. Te das cuenta que algo realmente malo pasa con el libreto si Bill Nighy no tiene ganas de sobreactuar,
Pokemon: Detective Pikachu tiene su cuota de momentos aburridos no por su inmovilidad sino por su exceso de palabrería y su falta de respeto por lo que debería ser una investigación seria. No digo que deba ser sobria, sólo que precisaba un equilibrio y que, cuando el protagonista está triste porque recuerda a su viejo, el bichejo no debería salir con un chiste de cuarta, lo cual ocurre demasiadas veces. No hay demasiada originalidad en el esqueleto de la trama – la investigación, la conspiración – sino un despliegue excesivo de chistes y efectos especiales. Quizás los seguidores de la franquicia la amen y quizás sea éste el único enfoque para tomar una premisa ridícula y volverla exitosa… pero me parece que precisaba otro tipo detrás de cámara como depurar el libreto y no ser tan indulgente con la verborragia de Reynolds, el cual termina glorificando un filme que – sin él – no valdría la pena en lo mas mínimo.