No es muy efectivo…
Pokémon es la franquicia multimedia más taquillera de todos los tiempos: comprende cientos de series, cómics, videojuegos, películas animadas y por supuesto Pokémon (a la fecha existen más de 800 “monstruos de bolsillo” que pueden coleccionar en forma de cartas, etc.). Si tomó 23 años en producirse la primera adaptación cinematográfica probablemente se debe a la reticencia de Nintendo de apostar al medio tras el legendario fiasco que fue Super Mario Bros. (1993).
Pokémon: Detective Pikachu (2019) es una película para toda la familia perfectamente competente, entretenida e inofensiva. La decepción es que la historia no es inherente al fenómeno de Pokémon ni depende del Pikachu del título. La película no hace por los monstruitos lo que La Gran Aventura Lego (The Lego Movie, 2014) hizo por los ladrillitos: no refleja el impacto del fenómeno ni comenta sobre la íntima, sostenida relación que ha tenido con la cultura popular.
El fenómeno persiste generación tras generación, en parte gracias a su maleabilidad (cualquier cosa puede llevar el nombre Pokémon, como por ejemplo esta película), pero principalmente debido a que encapsula la quintaesencia infantil de coleccionar y competir. Nada de lo cual es representado en Pokémon: Detective Pikachu, que ignora el histórico lema de “Atraparlos todos” y las violentas batallas entre elementos - ahorrándose en el acto justificar dichas éticas ante el juicioso público de 2019 - y elige imaginar Pokémon y humanos conviviendo como iguales en una ciudad futurista inspirada como tantas otras por el look noir/oriental de Blade Runner (1982). La ciudad en sí nunca parece muy creíble y se desperdicia la oportunidad de explorar la simbiosis entre humanos y Pokémon. Un estudio como Ghibli o Pixar se hubiera dado un festín con este material.
El protagonista es Tim (Justice Smith), un joven desencantado con los Pokémon (nunca se explica por qué) que debe unir fuerzas con uno para resolver el misterio de la desaparición de su padre. Su compañero es un Pikachu que a diferencia de los demás monstruitos es capaz de hablar y hacerse entender por Tim. Se hace llamar detective, pero de detective lo único que tiene es la adicción a la cafeína y el sombrero de Sherlock. La trama depende menos de la inteligencia de los personajes y más de las circunstancias que los pasean de una escena a otra.
Las mejores escenas de la película son las que se desentienden de las reglas del género detectivesco y juegan según las de Pokémon, como la interrogación de un mimo cuya fuerza y debilidad son la mímica, el suspense detrás de los niveles de estrés de un pato y la brutal pelea con un dragón. Las viñetas más bizarras son las más cautivantes y si la película operara consistentemente con el mismo nivel de creatividad sería tanto más divertida. Lamentablemente los Pokémon suelen quedar relegados a las muchedumbres de planos generales; es mucho más divertido imaginar un safari y buscarlos haciendo su gracia en el fondo que prestar atención a lo que sea que Tim esté haciendo o diciendo en el momento.
La película tiene algo de personalidad gracias a Pikachu, quien posee (en el inglés original) la voz de Ryan Reynolds y la animación refleja su irreverente persona. Su caracterización adorable pero contraproducente alza a Pikachu por encima del ingrato rol de logo monolítico que le ha tocado desempeñar durante casi un cuarto de siglo. La historia en sí es mucho menos distintiva y debe gran parte de su estructura a otras películas infantiles recientes cuya mención constituiría spoilers en lo que ciertos giros “sorpresivos” refiere. Pero Pokémon: Detective Pikachu deja ver un poco de identidad propia en sus momentos más tiernos, bizarros y cómicos. Quizás en la secuela se anime a destapar su verdadero potencial.