Propuesta de misterio que no consigue dar la suficiente curiosidad.
No sabemos si fue por exigencia del director Rob Letterman o de Warner Bros., pero podemos estar seguros de una cosa: si una propuesta tan de nicho como puede serlo Detective Pikachu es recibida con tanta expectativa por el público (tanto devoto del anime como el que no) es en gran parte por el carisma deadpoolesco de Ryan Reynolds. ¿Pero será ese carisma y humor irreverente lo suficiente para sostener una narración?
Vamo’ a calmarno’
Hay que concederle algo a la película y, ya que estamos, también a su equipo de efectos visuales: establecen su verosímil de forma inmediata. El fan se emocionará al ver las pokebolas en live action y la convivencia prácticamente natural con los pokemons. Por otro lado, el que no es muy adepto no necesitará mayores argumentos de venta para entender cuál es el universo: lo que se ve es lo que es y las narraciones en voice-over se limitan exclusivamente a introducir a los personajes.
Si bien Detective Pikachu establece con creces el universo de su historia, sus puntos débiles se presentan pasado dicho establecimiento, es decir con el segundo paso esencial que debe afrontar cualquier narración: los personajes.
Aunque la intriga está adecuadamente construida para que el espectador no le pierda el ritmo a la historia, el desarrollo de los personajes no cala tan hondo; y eso se debe a que la apuesta emocional no es lo suficientemente profunda. Si bien el espectador comprende la desconexión que el protagonista tiene con su padre fallecido, su duelo es tan desconectado, tan superficial, que uno no compra del todo la motivación de este para meterse de lleno en la investigación, incluso cuando esa manifestación se da en voz alta.
Es esta falta de inversión emocional la que hace que los giros que presenta la investigación pasen por mera información o sean directamente predecibles. Una falta que la película pretende tapar con la premisa de pareja dispareja entre el protagonista y un Pikachu con un sentido del humor que no pocas veces se sale de la comprensión infantil, un desvío que, por los mismos motivos, puede resultar un poco endeble para el público adulto. Pueden soltarse unas risitas, pero no son de esos chistes que durarán pasada la proyección.
Si Deadpool caló hondo no fue solo por el carisma de Ryan Reynolds, sino porque el personaje tenía una inversión emocional clara que hacía que te preocupes por él, que hacía que lo quisieras de entrada y que era la base de mucho de su humor. Las comparaciones son odiosas, pero visto y considerando que Pikachu tiene una reputación de adorable y el principal argumento de venta de esta película es complementar dicho adjetivo con un tono más irreverente, vale la pena señalarlo.
La culpa no es de Reynolds, ni siquiera si cabe la posibilidad de que él haya pulido sus propios diálogos. La culpa es, tristemente, de la historia que no tiene piernas lo suficientemente fuertes para moverse. Piernas que se cansan particularmente en un tercer acto que alarga su bienvenida.