Esta ópera prima del director y guionista israelí Nadav Lapid, que llega a la cartelera precedida de algunos premios, como mejor nuevo director en San Francisco, premio especial del jurado en Locarno y mejor película y director en el último BAFICI, propone una mirada sobre Israel hoy, pero focalizándose en las discrepancias internas de la población judía como parte de una sociedad marcada por la cohesión hacia el enemigo externo.
Estructurada en dos historias que luego se unirán, Policeman retrata, en un principio, la cotidianeidad de uno de los miembros de un grupo de elite de la policía israelí para luego pasar a un grupo de jóvenes judíos pretendidamente revolucionarios (desde una convicción ideológica anticapitalista, pero con la seguridad que su clase social les garantiza) que, descontentos por la política interna de su país, las diferencias sociales y la política externa invasora y militarizada, planean una acción suicida para hacer justicia a su manera. Terminando con el predecible e inevitable encuentro entre rebeldes y el comando de elite.
Con una puesta que privilegia los tiempos muertos a la acción, buena fotografía y planos que por momentos permiten un acercamiento a lo interior de sus personajes y por otros nos alejan completamente, incluso proponiendo casi un punto de vista documental, arranca interesante hasta que comienza la historia de los jóvenes revolucionarios.
El día a día de este policía y su interacción con su familia y amigos del escuadrón antiterrorista, actuando entre la indiferencia, la cordialidad y la frialdad, hecho que logra la empatía del espectador y resulta prometedor en cuanto al desarrollo de la historia, se desvanece en caída libre cuando da lugar a la historia de los jóvenes, donde la inverosimilitud de los hechos dificulta identificarse tanto con la historia como con los personajes.
Más allá de la mirada sesgada y parcial que los medios mundiales se empeñan en difundir sobre Israel, como un estado concentrado solo en el enemigo externo y cuya verdad defiende puramente con eficiencia militar, cualquier persona (interesada en conocer, mas allá de oír o ver) puede interiorizarse sobre la historia y actualidad de dicha sociedad y país y deducir que la idea de que ciudadanos israelíes-judíos luchen contra Israel es prácticamente un descalabro.
Un país de gran heterogeneidad cultural y social con una sociedad poliétnica, religiosa, cultural, integrada por colectivos de los más diversos orígenes, donde los israelíes se enorgullecen de ver como su pueblo pudo restablecer su patria resurgiendo de las cenizas, desarrollarse económicamente a un ritmo casi sin parangón, ocupando un lugar de honor en el campo de la alta tecnología, con las mejores universidades y centros médicos de Oriente Medio y siendo líder mundial en la tecnología de riego, investigación en la medicina y desarrollo de energías alternativas, no se condice con la disconformidad planteada por los personajes del film.
Es cierto que la sociedad israelí se encuentra profundamente dividida sobre el tema de la paz con sus vecinos árabes, entre la izquierda y la derecha, entre seculares y religiosos ortodoxos, entre las etnias que la componen, y que ello la llevo a ser temperamental y vehemente con políticas que aseguren los derechos y la representatividad de minorías religiosas y étnicas. Pero a pesar de vivir actualmente situaciones políticas de grandes tensiones, ninguna evidencia semejanza alguna con la expuesta por los personajes revolucionarios.
Es impensado y casi delirante, en un momento en que los temas de seguridad como el insoluble conflicto con los palestinos, la posibilidad de una nueva guerra con Siria y/o con el movimiento fundamentalista radical libanés Hezboláh y, sobre todo, la amenaza nuclear iraní y las declaraciones de su presidente de borrar del mapa a Israel, la escena de una pandilla de punks destruyendo un coche en plena luz del día, y mucho más bizarra la del secuestro de una de las personalidades más influyentes en la economía israelí en manos de un grupo de inexpertos durante un casamiento.
Tal vez, si de comienzo, en lugar de trascender el relato bajo un registro realista hubiera tomado el sendero de la parodia o el absurdo, el film cobraría más sentido.
Si el mensaje de Policeman solo era reafirmar lo que cadenas de noticias nos brindan diariamente, corroborando la terminante política externa antiterrorista del estado de Israel, su aporte es intrascendente. Si su intención fuera el entretenimiento, falto acción.