Policeman

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Con el precedente y la noticia que ganó el premio a la mejor película y al mejor director de la edición 2012 del BAFICI, llega finalmente “Policeman”(Israel, 2011), a las pantallas locales. La película de Navad Lapid, está centrada en Yaron (Yiftach Klein), un policía miembro de una elite especial antiterrorista que se dividirá entre el trabajo y la ansiedad que le genera la llegada de su primer hijo, y Shira (Yaara Pelzig), una militante radical que deambula entre el rechazo a la opulencia de la familia en la que nación y el amor por su líder.
Si bien ambos no tendrán interacción entre ellos, Shira, sin saberlo, pondrá en duda los lineamientos con los que Yaron ha crecido y ha forjado su pasión por el trabajo, un trabajo que él toma como una rutina más dentro de su vida y que lo llevará a lugares en los que la tensión marcará su tiempo y temperamento.
“Policeman” avanza calma, con planos fijos de una cámara que espera algo que nunca llega, y con la reiteración de imágenes y secuencias que muestran un mundo masculino, de amistad y esfuerzo y en el que las mujeres quedan fuera. Reflejando un estado social de un Israel en el que las mujeres son relegadas para tareas menores y que en el caso de Shira, se erigen como un síntoma y necesidad de cambio radical.
Los tiempos muertos de la película son los tiempos de reflexión de los protagonistas, que siempre intentan pensar en los demás y se ubican por detrás de los otros (aunque después comprendamos que ese ponerse en otro lugar , como cuando Yaron brinda su asistencia a Ariel, el amigo enfermo, responde a intereses bien particulares).
La amistad y la familia son los dos tópicos principalmente trabajados en detalle por Lapid, porque sabe que de esa manera lograremos generar cierta empatía por Shira y Yaron, quienes en una primera impresión no lo establecen por las actividades que realizan. Asì Yaron es reflejado dedicándole mucho tiempo a su mujer (interpretada por Meital Berdah) y Shira pensando en su amor imposible (Michael Aloni) y dedicándole tiempo a su “manifiesto”.
“La revolución no es poesía, sino prosa” le exigen a Shira y recibe la visita del padre de uno de los miembros del grupo rebelde reclamándole que lo dejen fuera de todo y a ella no se le mueve un pelo (nunca se le mueve un pelo, avanza como una topadora por y sobre todos).
Es que la urgencia del hacer algo para cambiar el estado de las cosas y las diferencias sociales se encarnan en estos jóvenes que no pueden más que impulsarlo con violencia, una violencia que es mostrada con total crueldad por el director y que exige la toma de partido frente a los hechos que se van desarrollando.
La reflexión es, si todos son máquinas preparadas para matar, qué es lo que los humaniza, si ni el embarazo de la mujer de Yaron logra esto, ¿qué lo hará? Las respuestas a buscarlas en el cine en una película contundente, con muchas digresiones que suman y potencian para que su final sea más que impactante.