Sólo algunos pocos momentos
La película israelí ganadora en varios festivales, entre ellos el BAFICI, encuentra su rumbo en las escenas de intimidad del protagonista pero, pese a la búsqueda, no logra originalidad.
A juzgar por los premios, Policeman (Israel, 2011) debería ser considerada una película con muchos valores cinematográficos, pero lamentablemente sus laureles no están a la altura de lo que se ve en la pantalla. Es más, cuesta entender que alguien haya premiado una película tan básica en un festival de cualquier índole. Incluso en el BAFICI, el gran festival de cine independiente, obtuvo dos grandes premios. Lo dicho, un premio no es garantía de nada. La historia de Yaron, miembro de un grupo antiterrorista israelí, su trabajo, su vida junto a sus amigos y colegas y su esposa embarazada, es contada con planos estáticos y poco bellos, con largas tomas sin encanto ni gracia, con esa molesta puesta en escena de film que se aleja de la convención pero no llega a ningún lado. A veces, al ver films así, la sensación es más la de estar frente a un narrador torpe que frente a un cineasta original. La pobreza visual que jamás alcanza encanto alguno se ve a su vez sepultada por los personajes imposibles y absurdos, como ese grupo terrorista que el protagonista deberá enfrentar. Los jóvenes terroristas son un grupo israelí cuya actitud mesiánica sólo es comparable con su torpeza en las acciones. La dedicación del director para describir los momentos de intimidad entre Yaron y su esposa son lo único rescatable de la película. Ese encanto inexistente durante todo el relato, esa falta de ideas que invade el resto sólo encuentra refugio allí. Como si el origen de todo el film fuera ese: mostrar la sensibilidad y la ternura de un miembro de una célula antiterrorista. Incluso el tempo de estas escenas se siente correcto, frente al aburrimiento que producen los demás planos vacíos, donde el director parece querer mostrarse como un genio y simplemente delata pobreza narrativa y poco vuelo ideológico.