Expresar con el cuerpo
Polina, danser sa vie (2016) se presenta como una película de superación personal pero lejos está de serlo. El film de Valerie Müller (también guionista) y Angelin Preljocaj se transforma en un interesante relato de identidad en el reencuentro de la protagonista consigo misma. Y lo hace bailando.
Polina (Nastya Shevtzoda) pasa sus días ensayando rígidamente para bailar en el Teatro Bolshoi de Rusia. Su padre costea económicamente las clases, hecho que le trae más de un problema con la mafia. En su adolescencia decide viajar a Francia a estudiar danza contemporánea. El reclamo de sus instructores es siempre el mismo: entre bailar y “expresar” hay una diferencia, “los grandes bailarines expresan con su cuerpo” dirá uno de ellos. Con esta premisa busca empleo, academias nuevas de baile, hasta encontrar aquella danza que le resulte acorde a sus expresiones corporales.
Polina, danser sa vie está contada al modo europeo, separando el relato de la fábula y dándole un realismo sórdido por momentos, estético y hasta surrealista en otros, mostrando siempre el punto de vista de su protagonista (por ejemplo al ver la vida cotidiana como una gran coreografía) para describir audiovisualmente sus sensaciones internas en cada momento.
Resulta que el director y coreógrafo Angelin Preljocaj es uno de los bailarines dueños de una de las academias de ballet más reconocida de toda Francia. Con este dato, podemos ver el film como una manera de atravesar todas las danzas (desde el clásico hasta el contemporáneo, pasando por la experimental Pina Bausch) pero no con una finalidad documental sino expresiva, buscando el baile que libere a su protagonista de su mandato familiar.
Basada en una novela gráfica contada en diez idiomas, la película comete el pecado de ser demasiado explícita en su cometido, recurriendo a estereotipos que el cine ya ha transitado con respecto al baile: Instructores rígidos ultra exigentes en cuanto a danza clásica se refiere, en una Rusia extremadamente fría y gris; el cambio hacia una Francia siempre iluminada, con colores claros y espacios abiertos con una instructora descontracturada -incluso despeinada- en el personaje de Juliette Binoche, aunque igual de exigente. Polina transita y sufre ambos opuestos y en la búsqueda personal de su propia danza logrará un mix de ambas expresiones artísticas.
De este modo, Polina, danser sa vie se distancia de Billy Elliot (2000), El Cisne Negro (Black Swan, 2010) u otro tipo de relato donde la danza es el tema central, al priorizar la expresividad del baile en toda su dimensión, con coreografías no sólo de los bailarines sino también del equipo técnico (cámaras que circulan por el espacio siguiendo los movimientos de los bailarines) y de una forma particular de ver la vida. Como Polina y el director del film, Angelin Preljocaj.