Las secuencias de danza son lo mejor de esta película sobre el ascenso de una joven bailarina.
El reputado coreógrafo de danza contemporánea Angelin Preljocaj debuta en la realización de largometrajes de ficción con una historia que le cae como anillo al dedo. Basada en la novela gráfica homónima de Bastien Vivés y codirigida junto a su esposa, la realizadora Valérie Müller, Polina, danser sa vie muestra el proceso madurativo, tanto artístico como personal, de una joven bailarina clásica que aspira a ingresar al ballet del Bolshoi.
El recorrido de la chica (la rusa Anastasia Shevtsova) marcará un arco que irá desde la danza clásica hasta la neoclásica. En el medio, claro, sufrirá varios inconvenientes que amenazan con truncarle sus aspiraciones artísticas. Inconvenientes que abarcan desde una deuda familiar con la mafia rusa hasta desplantes amorosos y profesores particularmente críticos: por momentos los nudos son demasiados, haciendo que el film naufrague dramáticamente.
Ese contexto empujará a Polina hasta Francia, donde conocerá a una particular coreógrafa (Julliete Binoche). Gracias a ella el film encontrará su núcleo más jugoso. Los números musicales, filmados en espléndidos plano secuencias o mediante milimétricos planos detalle, adquieren por momentos una dimensión poética que opera como contrapeso de la vertiente más inspiracional –y fallida– del relato.