Espíritus
Atención: se cuentan detalles de la resolución del argumento.
Siempre que se escribe sobre una remake se suele recurrir a los mismos lugares comunes. Que es innecesaria, que refleja la falta de ideas del Hollywood de hoy, que nunca va a captar la esencia del original, que dicho original es intocable y, por lo tanto, reimaginarla vendría a ser algo así como un sacrilegio y etcéteras varios. Y no, ninguna película es “intocable” ni resulta tan terrible que se hagan remakes (durante toda la historia del cine se hicieron remakes; algunas de las mejores películas de la historia son remakes). Si una remake resulta ser una porquería, nos la olvidamos y ya. Y es verdad que hay muchas que lo son, más que nada en los últimos años y más que nada en lo que respecta al cine de terror. Pero considerar una remake mala como “un sacrilegio” ya es demasiado. Tal vez el caso más emblemático de remake detestada por el universo entero fue aquella reversión plano por plano que Gus Van Sant hizo de Psicosis en 1998. Recuerdo el escándalo que se armó en ámbitos cinéfilos porque el señorito osó meterse con semejante clásico. Y casi todos tomaron esa Psicosis de Van Sant de la forma más literal posible: se la trató de plagio y barrabasadas por el estilo y casi nadie se tomó el trabajo de advertir que estábamos frente a un extrañísimo caso de película experimental bancada por una major. El de la Psicosis de Van Sant fue un caso único: el de una película que establecía un diálogo con su original como ninguna otra remake en la historia. Era una película que pedía a gritos ser comparada con la película que le dio origen, ser diseccionada y reproducida a la par del clásico de Hitchcock.
Pero, en general, la remake standard no pide realizar semejante trabajo, sino que suele funcionar más bien como funcionan las adaptaciones literarias. Igualmente, la Poltergeist de Gil Kenan tiene un poco de ambos mundos. La opera prima de Kenan fue Monster House, una encantadora película de animación de 2006 (escrita por Dan Harmon, el creador de la extraordinaria serie Community) que captaba a la perfección y recuperaba el espíritu de las películas de aventuras de comienzos de los 80. La película estaba producida por Spielberg y Zemeckis, y el amor de Kenan por aquellas películas se hacía notar en todo momento, como sucedería unos años después con J.J. Abrams y su gran Súper 8. Es extraño, pero el sentido de lo maravilloso de la Poltergeist de Spielberg-Hooper pareciera estar más presente en Monster House que en la versión 2015 de Poltergeist: tanto en Poltergeist ’82 como en Monster House hay toda una cuestión festiva en el encuentro con lo sobrenatural. Si bien en ambos casos los personajes le temen a lo desconocido, también los apasiona. Hay una escena muy bella en Poltergeist ’82 en la que JoBeth Williams, la madre de la familia, le hace una demostración a Craig T. Nelson, el padre, de cómo una silla se mueve por sí sola. Pone la silla en un punto específico y espera. De repente, la silla empieza a deslizarse, y ella se pone a saltar de alegría ante semejante espectáculo que después se volverá algo más lúgubre, pero igualmente apasionante.
Poltergeist 2015 es bastante diferente en este sentido: lo que en Poltergeist 82 (y en Monster House) es maravilloso, aquí está jugado en serio. La película tiene varios momentos de comedia muy logrados, especialmente en todo lo que rodea a aquel ex matrimonio de investigadores de lo paranormal que forman Jane Adams y Jared Harris y que parece salido de una screwball comedy de los años 40, pero el tono de esta nueva versión de Poltergeist es más grave y oscuro: aquí, Kenan crea una atmósfera aterradora, y no hay nada demasiado feliz en lo que a lo sobrenatural se refiere. Incluso, la frase icónica de “they’re here” del original, que la niña Heather O’Rourke entonaba en tono juguetón, aquí no tiene nada de juguetón. Y Kenan sabe poner sustos en escena, sabe crear climas y sabe rematarlos bien, sin tener que recurrir a los trucos baratos de siempre. Hay dos momentos especialmente logrados en este sentido, que son una secuencia en la que los tres hijos del matrimonio son atacados por los poltergeists mientras sus padres están en una cena (que incluye una reproducción de la inolvidable escena del ataque del árbol al hijo varón de la familia) y otra en la que a la niña, ya secuestrada por los poltergeists, se la ve corriendo por la casa mediante sombras. En Poltergeist 2015, el cambio de tono al que recurre Kenan pareciera ser más bien consciente. Parece como si Kenan jugara con las expectativas de los que vieron el original y decidiera actuar en consecuencia. Hay varias escenas en esta nueva Poltergeist que también aparecen en el original, pero Kenan decide ponerlas en contextos diferentes; cambiarles el tono e incluso los personajes que las protagonizan. También compacta mucho el relato (la película dura poco más de 90 minutos contra las casi dos horas de Poltergeist ’82) y utiliza los adelantos tecnológicos a su favor (en un momento se hace un uso brillante de un dron de juguete, al que le ponen una cámara y utilizan para entrar al mundo de los muertos).
Pero en un momento, a Kenan (o a su guionista) se le ocurre hacer un pequeño cambio de enormes implicancias: en lugar de enviar a la madre al mundo de los muertos a buscar a su hija, como ocurría en la original, aquí quien va a rescatarla es su hermano. Y el hecho de que sea un niño, tan miedoso como es, quien decida arriesgarse e ir en busca de su hermana, termina convirtiendo a esta nueva Poltergeist en algo más spielbergueano que el propio Spielberg. Outspielberguea a Spielberg, si se me permite el anglicismo.