Mezcla de western y yakuzas a la criolla.
Tras el polvo del camino aparecen cinco facinerosos. Uno de ellos va herido de muerte, pero igual se quiere dar algunos gustos. El atardecer marca el fin de su vida, y el de ese capítulo. Otros atardeceres habrán de venir, con largas esperas de encierro y molestos encuentros con la ley, hasta que alguien se pierda a lo lejos rumbo al ocaso, llevando consigo la plata y el recuerdo de una batalla campal. Ese puede ser el resumen de un western.
En medio del campo se detienen cinco tipos de traje negro y zapatos relucientes. Uno de ellos va herido de muerte, pero igual se quiere dar algunos gustos. Cae la noche. Le siguen varios días de espera matizada por juegos y pasatiempos de muchachos en un lugar de regresiones, hasta que un buen tiroteo decide quién se queda con los honores, la sobrevivencia y la plata. Ese puede ser el resumen de una película de yakuzas.
"Polvareda" entremezcla ambos géneros, y lo envuelve en un espacio propio: el campo argentino. Los fulanos vienen de asaltar salvajemente una financiera. Refugiados en las afueras de un pueblo, están esperando sus pasaportes falsos. De ese pueblo se había ido el jefe de la banda con su hermano, años atrás. Y en el mismo se quedó un gordo que ahora representa la ley. Hay una pica entre ellos, por diversas razones. Y todo es más o menos a la criolla, con sus rincones camperos, las gallinas sueltas, el humorismo de sutil ironía, muy bien colocado, y algunos dichos que parecen surgidos del refranero popular (por. ejemplo, "Se pierde lo que se olvida" y "Te merecés llegar a viejo"). También con la parsimonia del campo en verano, lo que aquí juega un poco en contra.
Quizá convenían unos minutos menos, y, ya que estamos, un nivel interpretativo más parejo. Igual son todos creíbles. A señalar en especial, Eduardo Cutuli en el papel del Mudo (aunque más bien es sordo y callado), con un perfil y una mirada de zorro tranquilo que lo distinguen del resto. Luego, Horacio Camadulle, el gordo de seguridad de "Gigante", y José Manuel Espeche, cuyo personaje va creciendo en respeto a medida que se acercan los tiros. Y la música de Pablo Sala con su alternancia de guitarras morriconianas y criolla, los paisajes pintados por Rodrigo Ottaviano, y la calma de los lugares donde se filmó: Carlos Keen, Jáuregui, y la entrerriana Villa Clara. Autor, Juan Schmidt, debutante (se exhibe solo los miércoles, en el Centro Cultural de la Cooperación).