Pánico y locura en Los Angeles
Del director canadiense David Cronenberg se ha dicho ya casi todo lo que se tenía que decir. Desde luego estamos ante uno de los mejores realizadores contemporáneos, con un puñado de títulos tan imprescindibles para cualquier amante del buen cine como La mosca; Pacto de amor o Almuerzo desnudo. Sin embargo sus últimos trabajos han dividido a crítica y público debido al cambio de registro que le ha llevado a filmar películas mucho menos truculentas (en cuanto a efectos especiales se refiere) y mucho más dialogadas. Tanto en Un método peligroso, como en Cosmópolis, el máximo exponente de lo que se ha denominado horror corporal y abanderado del concepto de la “nueva carne” muta de sistema y nos propone ejercicios de verbórrea sin fin donde un montón de personajes cruzan sus miserias y traumas en una sociedad tan podrida como desesperante.
En esta ocasión el objeto de su ira dialogada no es otro que Hollywood y la falsedad que rodea a sus estrellas. Si antes sus telas de araña eran oscuras y tétricas ahora esas mismas estructuras agonizantes se expresan en todo esplendor a plena luz del día. El sistema fagocita a todo el que se atreve a formar parte de él, dando como resultado una pléyade de seres desquiciados y perturbados que pululan por la pantalla con todas sus neuras e inseguridades.
El elenco actoral, trufado de rostros conocidos en papeles muy alejados de lo que nos tienen acostumbrados, se deja querer por un entomólogo que clava su escarpelo allá donde más duele a todas estas estrellas con pies de barro. El experimento no acaba de salir redondo debido a la repetición de fórmulas que llega a saturar durante algunos momentos de la función.
La trama gira en espiral al igual que los protagonistas y acaba por conducirnos a un final insatisfactorio, aunque no por ello desechable. Hay que destacar sobremanera la actuación de una Julianne Moore que borda su rol de actriz entrada en años que ve como tabla de salvación para no caer en el olvido el dar vida en pantalla a su madre. Su lucha por conseguir el papel que la consagre y le permita seguir en el candelero de la popularidad ya le ha reportado algún que otro premio (entre ellos el de mejor actriz en el pasado Festival de Cine Fantástico de Sitges 2014) que auguran que podría ser una firme candidata para los Oscars 2015. A su lado, otros intérpretes de reconocido recorrido como John Cusack (dando vida a un psiquiatra de famosos y escritor de libros de autoayuda con una vida privada desasosegante) o Carrie Fisher (en una mínima intervención) y otros más emergentes como los espléndidos Rober Pattinson (nuevamente subido a una limusina como en Cosmópolis) y Mía Wasikowska (sin duda una de las actrices con un talante y una personalidad más arroladora de entre las de su generación) palidecen ante lo que es una gran composición de la protagonista de films tan emblemáticos como El gran Lebowski, Niños del hombre o Lejos del paraíso.
Disfunción, decadencia, debilidad, sordidez, mucha mala uva sazonada con unas gotas de humor siempre bienvenidas son parte esencial de esta Polvo de estrellas en la que si hurgamos un poco en su superficie enseguida descubriremos muchas constantes de las películas de su director. Hay una escena demencial en la que uno de los intérpretes juega con una pistola presuntamente descargada llena de tensión y angustia que nos remite directamente a aquella otra de Una historia de violencia donde un fusil se paseaba de mano en mano con la amenaza de que todo acabara con un baño de sangre. Aquí Cronenberg opta por la solución cómica no desprovista de su lado macabro, aunque no desvelaremos el que es uno de los momentos más divertidos y trágicos del film.
En definitiva, una visión de metacine muy particular que no dejará a nadie indiferente, pues su director va sobrado a la hora de contextualizar universos pesadillescos. O la amas o la odias, aunque por ahora los detractores parece que van ganando la batalla.