Hollywood en versión neurótica
La nueva obra del legendario David Cronenberg se dedica a examinar el lado oscuro de las estrellas del mundo del cine. Con elenco multiestelar, por momentos parece un film menor dentro de una carrera singular y única.
Qué le habrá pasado por la cabeza al maestro Cronenberg para aceptar un guión repleto de trazos gruesos y carente de sutilezas? ¿Por qué se atrevió a registrar una visión de Hollywood que parece provenir de la mente de un director sólo preocupado por desenmascarar el lado oscuro de las estrellas?
Cronenberg, ya con más de 70 años, tiene el derecho a hacer lo que se la antoje, bien lejos de sus gloriosas décadas anteriores y más que dispuesto con el nuevo siglo a opinar sobre el mundo y sus miserias.
Entre puntos altos (Cosmópolis; Una historia de violencia), menos que discretos (Promesas del Este) e invadidos por debates dialécticos en relación al psicoanálisis (Un método peligroso), los films de Cronenberg en el siglo XXI, tal vez menos novedosos y originales que los de antaño, se dedican a explorar territorios coyunturales, dirigiendo más que un dardo certero a un paisaje reconocible.
De manera similar se exhibe a Hollywood y sus personajes demenciales en Polvo de estrellas, desde la actriz devenida a menos Havana (Julianne Moore, en una sobreactuación recordable), hasta el actor y chofer de limousine (Pattinson, otra vez apático pero funcional a la trama), el escritor defensor de la cientología (Cusack) y el engreído Benjie (Evan Bird, en un papel que remite a un combinación entre Justin Bieber y Macaulay Culkin). A esa familia disfuncional, de raíz artística, llega la joven Agatha (Wasikowska), con la intención de descubrir ese mundo de enajenados con el riesgo de terminar siendo un integrante más de esa acumulación de celos, envidias, conformismos y narcisismos al por mayor.
Con semejantes materiales, que recuerdan a la noventista Las reglas del juego de Robert Altman, Cronenberg mete en el bisturí en zonas ya transitadas por otros films y por la misma televisión en sus informes sobre el divismo de las estrellas. El director, en ese sentido, observa desde la obviedad, jugándose por un humor negro con resultados inestables, tratando de encontrarse cómodo con una historia ajena y eufórica desde la caracterización de los personajes. Algunos momentos donde se percibe el paso del tiempo (especialmente a través de la cincuentona Havana) y por la visible cicatriz que lleva Agatha en su cuerpo, recuerdan al mejor Cronenberg, aquel de las heridas, las llagas, la piel dañada.
Film menor dentro de una carrera singular y única, que parece concebido desde la mente de un joven inquieto más que procedente de la sabiduría de un realizador veterano, Cronenberg no se animó a mirar a Hollywood desde un lugar legitimado por su propio ombliguismo, como sí lo hiciera David Lynch en esas dos últimas obras maestras, Imperio y El camino de los sueños.