Cronenberg, en el paseo de la fama
Hay cuerpos lastimados, con heridas de las visibles y de las otras. Hay personajes certificadamente inestables y otros que, sin certificado, igual podrían concursar para el premio de desequilibrado del año. Hay familias disfuncionales que con sus retorcimientos renuevan y refrescan el concepto hasta darle nuevas y perversas declinaciones. Hay fantasmas, tramas en espejo y un poema -"Libertad", de Paul Eluard- que funciona como leitmotiv de varios de los personajes y del desarrollo de la narración. Hay tantas cosas en Polvo de estrellas y todas ellas son reconocidas marcas de autor de David Cronenberg, que esta vez llevó a Hollywood su festival de sangre, dolor y heridas.
Casi como si se tratara de un neuropsiquiátrico a cielo abierto, la capital de la industria cinematográfica sirve como marco para que Cronenberg despliegue sus preocupaciones habituales. Claro que esta vez, quizás por su afán -o el de su guionista, Bruce Wagner- de mantenerse actual y en contexto, la historia coral carece del espesor de films como Pacto de amor;eXistenZ, mundo virtual o Crash, extraños placeres, por citar un puñado de obras en las que el sexo, el amor filial y la violencia son, como aquí, armas de doble y triple filo que lastiman a todos los involucrados.
En este caso, el tono es más paródico y más cercano al humor negro -negrísimo- que al terror psicológico de antaño, aunque ahora también asomen imágenes gore, escatológicas y no aptas para espectadores sensibles o poco acostumbrados a los modos del cineasta canadiense.
Más allá de la transparente denuncia a los excesos de la sociedad de consumo e información representada por Hollywood, la historia y los personajes de Polvo de estrellas tienen vida, respiran, aunque sea un aire más bien contaminado. Y ninguna más contaminada que la estrella en decadencia que interpreta Julianne Moore, una patética y malvada actriz que entre masajes, terapias alternativas y desesperados intentos de salvar su carrera, se cruzará con Agatha, una misteriosa joven, aparente víctima de un incendio, que llega a Los Angeles en busca de algo más que las mansiones de las estrellas.
El duelo entre la explosiva interpretación de Moore y la restringida actuación de Mia Wasikowska como la perturbada Agatha le da impulso a un relato que a veces se detiene demasiado en nombrar famosos (de Tatum O'Neal a Drew Barrymore, pasando por Emma Watson, Juliette Lewis, Al Gore y P.T. Anderson) y en aludir a situaciones reales. De hecho, cuando el relato se aleja de las minucias de Hollywood para volver a centrarse en la psicótica familia que integran los personajes de John Cusack, Olivia Williams y Evan Bird (un joven que parece resumir todo lo que está mal con la industria del cine), el film recobra la inquietante densidad por la que Cronenberg es tan conocido.