Gran ejemplo de melodrama épico
"Los últimos días de Pompeya", según la novela de Edward George Bulwer-Lytton, es la quintaesencia del melodrama épico que tiene de todo: gladiadores, cristianos perseguidos, amores prohibidos y, por supuesto, cine catástrofe con la lava ardiente del volcán imponiéndose por sobre las pasiones de los mortales. Las distintas versiones y variantes de la misma historia se vienen filmando desde 1913, aunque tal vez la mejor sea la de 1935 con Preston Foster y Basil Rathbone, dirección de Ernest B. Schoedsak y efectos epeciales de Willis O'Brien, el equipo de "King Kong".
Esta nueva versión en realidad parte de una historia propia que necesariamente se parece a las antiguas aunque deja de lado algunos elementos el cristianismo, por ejemplo, no aparece- y agrega algunos nuevos, como el odio de los gladiadores hacia sus captores romanos, y la rivalidad entre los habitantes de Pompeya y el poder de Roma.
Paul W.S. Anderson es un director especializado en la superacción, y realmente le saca el máximo provecho a todos estos elementos en un film vertiginoso que simplemente no para nunca, desde un prólogo con las conquistas romanas en Britania hasta el increíble desenlace, totalmente único y sin duda uno de los más originales que se hayan visto en el género.
Kit Harington es el gladiador conocido como "El Celta", llevado desde la antigua Londres donde extermina a sus rivales en el Circo sin mucho esfuerzo- a Pompeya para aprovechar mejor sus talentos. En el camino, un accidente lo ubica frente a una doncella patricia, Emily Browning, que viene escapando de Roma debido al acoso del poderoso senador Kieffer Sutherland, justamente el mismo que en Bretania eliminó a toda la familia del protagonista.
Con esta premisa, el argumento ya asegura el drama de pasiones ferozmente vigiladas por el Vesubio, que a diferencia de otras versiones, aquí empieza a mostrar su poder casi desde el primer acto del film.
Una gran cualidad del guión es ubicar una de las más impresionantes escenas de circo romano jamás filmadas justo en el medio del film, de tal manera que no haya que esperar la erupción definitiva del volcán para que los acontecimientos se precipiten. Es muy interesante el manejo de la violencia que logra Anderson, ya que sin llegar al gore, logra impactar al espectador con hábiles recursos cinematográficos que, aun en los momentos más dramáticos de destruccion volcánica, no dejan de ofrecer cierto sentido del humor .
Pero la película no es precisamente chistosa; es un meldorama romántico oscuro como pocos, dotado de excelentes actores (las pocas escenas sin acción se vuelven igualmente interesantes gracias a los excelentes Jared Harris y el malísimo Sutherland) y de formidables efectos especiales que obviamente dominan los últimos actos del film con su impactante catástrofe en 3D.
Por otro lado, el uso de los efectos especiales para ambientar una ciudad de hace 2.000 años es superlativo, igual que la dirección de arte y muchos detalles del guión que marcan una diferencia importante entre éste y otros péplums de la era digital.
Hay algunos puntos débiles, como una banda sonora con demasiados coros tipo new age, por ejemplo. Pero no sólo la vertiginosa superacción o los efectos digitales redimen éste y otros leves defectos, sino sobre todo un sorpresivo desenlace romántico que no se parece a nada que se haya visto en la historia del cine catástrofe, ni en el péplum ni en ninguna gran superproducción hollwoodense como ésta.