La carrera de la muerte.
Paul W.S. Anderson se toma un descanso de su archiconocida franquicia Resident Evil y se basa en un hecho histórico -la erupción del volcán Vesubio en el año 79 d.C. que dejó sepultada a la ciudad de Pompeya (o Pompeii, que suena más serio)- y se las ingenia para contar una historia en la que un celta -ahora esclavo/ gladiador/ galán y único sobreviviente de la masacre de su pueblo en manos de los romanos- desatará su venganza contra el hombre que mató a su familia, un senador interpretado por la versión evil de Kiefer, el Sutherland Jr. Por supuesto que realizar una película tomando como base un hecho histórico que terminó en la destrucción de una ciudad entera, implica todo un desafío porque el público ya sabe cómo terminará. Pero eso no es un problema para el menos pretencioso de los tres Andersons.
La estética de videojuego, que ya forma parte del ADN del director británico (Resident Evil, Mortal Kombat, etc.), marca toda la película desde tomas en las que el protagonista debe ir saltando obstáculos y superando distintas misiones para llegar a su meta -en este caso, su interés amoroso interpretado por Emily Browning- hasta planos cenitales de ambos corriendo por el camino que va desde el palacio a la ciudad, mientras intentan escapar de la catástrofe.