Arde la ciudad
Pompeii: La furia del volcán (Pompeii, 2014) es una película que parece irrumpir en el momento menos propicio. Con títulos de monstruoso despliegue publicitario y toda la solemnidad de la temporada de premiación Hollywoodense arraigada en las carteleras argentinas, una producción como la de Pompeii: La furia del volcán, que trata sobre el volcán y su erupción trágica, que está protagonizada por el bastardo de Juego de Tronos (Game of Thrones, 2011) y esa suerte de paradigma lolita corrompida por obra propia, y para congoja u onanismo de miles de pedófilos alrededor del mundo, que es Emily Browning, garantiza su lugar en las cadenas de cine más concurridas del país.
Además del modesto conjunto de seguidores que el director Paul W.S. Anderson (Resident Evil 5: La venganza) pueda llegar a congregar en este margen del continente americano, Pompeii: La furia del volcán se aprovecha del hueco que deja la opulencia hollywoodense y se nutre de las famélicas audiencias populares que deambulan por los shoppings reclamando algún tipo de saciedad para su necesidad de dispersión. Un porcentaje de público para nada descartable. Entonces la industria provee de esta forma: Una disaster movie con apelativo romántico, el contorno humano de la tragedia, como Titanic (1997) pero más balcánica y orientada a la acción. Ah, sí. Porque a todo esto también existe una sub-trama de gladiadores y una rebelión al imperio romano que se entrelaza y se complejiza con la historia de amor del insurrecto y la muchacha cautiva del senador encumbrado, que acá lo encarna Kiefer Sutherland.
El elenco es incuestionablemente bueno. Están también Jared Harris, que colaboró con Anderson en una de sus adaptaciones un poco libres de Resident Evil (2002), y Carrie-Anne Moss, que no trabajó nunca con Anderson pero fue Trinity en Matrix (1999), por ejemplo.
La aldea natal de Milo (Kit Harington) es brutalmente arrasada por hordas del ejército romano. Sobreviviendo a la masacre y después de ser capturado por las fuerzas enemigas y vendido a esclavistas celtas que no tardan en perfeccionarlo como instrumento de muerte para las arenas romanas. Milo incuba el odio hacia la gran civilización que lo subyuga y al representante de su toxicidad, el senador Corvus (Kiefer Sutherland). Una joven aristócrata es cautivada por el joven gladiador durante uno de los juegos y luego arrebatada ante sus ojos por el mismo déspota que asesinó a toda su familia. Con más de un par de motivaciones, el joven Milo emprende una travesía épica para reunirse con su amada mientras su ciudad, oportunamente, sufre una de las peores catástrofes naturales de la historia.
En esta semana contamos con una propuesta de acción romántica, de violencia inofensiva y efectos visuales llamativos como contraposición a la sobrecarga de densidad artística predominante. Es esto o la promesa de un buen rato con dos horas de un concepto tan original como una introspección espiritual al sur antebellum de los Estados Unidos por un director que filmó una película sobre un preso irlandés que decoraba las paredes de su celda con excremento y termina muriendo de hambre.