El Vesubio se demora
Graecus (Joe Pingue), un hombre que se dedica al negocio del entretenimiento con gladiadores, mira una gran grieta en el estadio por donde se filtra arena, manda a llamar a Severus (Jared Harris), gobernador de Pompeii (a partir de ahora vamos a llamarle Pompeya en referencia al barrio marplatense y para evitar los chistes fáciles con Roberto Pompei). Discuten acerca de las condiciones de seguridad del estadio o arena: el primero, que lucra con la vida de unos pobres diablos a los cuales obliga a pelear hasta la muerte, afirma que no están dadas las condiciones para el espectáculo; el segundo, al que hasta ahora lo hemos visto como un político respetable dentro de la media corrupta general, responde que si el estadio aguantó durante cien años seguramente aguantará el espectáculo de hoy. Esta escena -inverosímil, ridícula, fuera de registro y, por sobre todas las cosas, absolutamente anacrónica- ilustra más o menos la forma en que funciona Pompeii: la furia del volcán. En principio, el molde en donde se cocinó todo esto es una mezcla de cine catástrofe y película histórica de aventuras post Gladiador. Pero en lo concreto estamos ante una vil copia del film con Russell Crowe con un volcán que explota al final.
Paul W.S Anderson (¿Fusión entre Paul Thomas Anderson y Wes Anderson?) es una especie de Michael Bay especializado en hacer rendir el recurso 3D. Con una filmografía cuanto menos cuestionable (Alien vs. Depredador, varias entregas de Resident Evil, ¡Mortal Kombat!), podemos declararlo un auténtico mercenario del cine. Su película no tiene un presupuesto acotado: estamos hablando de unos 100 millones de dólares. Sin embargo, muchas de las secuencias no pueden ocultar su obvio origen digital, y si a eso le sumamos unos decorados berretas, llegamos a la conclusión de que Pompeii debería haberse estrenado como una producción original del canal Syfy con producción de Roger Corman.
Es ocioso enumerar la cantidad de fallas de una película a la cual he calificado con un 2, con lo cual claramente estoy instando a que nadie la vea. Pero las críticas aceptables que ha recibido, y el hecho de que la función nocturna del jueves de estreno estaba absolutamente repleta, me obliga a recordarle al público y a la crítica que a pesar de que figuran cuatro créditos en el apartado de guión, este no existe. Además de la poca rigurosidad histórica, la película plantea un par de conflictos que se resuelven mal, fuera de timing, o no se resuelven en absoluto. Abundan las escenas donde el volcán, mediante temblores y ruidos, anuncia el desastre futuro, sin que nadie le preste demasiada atención, más allá de algún caballo enloquecido, y olvidando que todo aquel que va a ver la película ya sabe que el volcán va hacer erupción. Además, el flujo piroclástico arrasa la ciudad de acuerdo a las necesidades de tensión del guion, se contiene por un buen rato, y ni hablar de un improbable e innecesario tsunami digital gigantesco que aparece como por arte de magia. Anderson parece haberse olvidado también de dirigir a los actores, unas cuantas estrellas medianamente consagradas que básicamente actúan en el registro que quieren. Kiefer Sutherland está sobreactuado y poco creíble; el bueno de Harris no se molesta en ocultar su obvio acento inglés; Carrie-Anne Moss… bueno, yo no sabía que seguía actuando; Emily Browning es, al igual que Amanda Seyfried, una especialista en hacer malas películas, pero actúa peor. Ni hablar del protagonista, Kit Harington, alguien incapaz de generar empatía.
Más o menos todos sabemos que Pompeya fue barrida por una erupción monumental del monte Vesubio en el año 79 d. c. y que muchas de las víctimas quedaron petrificadas en la posición en que murieron. La pareja protagonista de este delirio queda petrificada en el momento en el que se dan su primer y único beso, aunque el Vesubio llegó tarde a librarnos de la estupidez.