Art-man
Por amor al arte (2017), documental de Marcelo Goyeneche, sigue el relato de una figura histórica para el cine, heredera de una época dorada del cine argentino donde se forjaron grandes figuras y había una manera de trabajo diferente. También es la historia dentro de otra historia, porque en este trabajo asistimos al proceso de filmación de una película sin doblegar su propósito.
Bernardo Arias cumple 90 años y está en el proceso de filmar su nueva película “Por amor al arte", un manifiesto sobre el arte que lo lleva a hablar sobre su concepción desde las vanguardias hasta nuestros días. Empezará filmando a su admirado amigo artista, pintor y escultor, Antonio Pujía, con quien dialoga y utiliza como protagonista para hacer un postulado sobre lo que más le apasiona: cine, pintura o cualquier manifestación artística, pues cita incluso a Marcel Duchamp y sus ready mades. Pero todo este proceso lo registra Marcelo Goyeneche como un testigo cercano. Entonces el documental es sobre Bernardo y su preparación, sus anécdotas y sus días hogareños, y a la vez, es la película que hace Bernardo. Una suerte de caja china donde entramos y salimos hasta convertirse en un solo compendio, una película dentro de otra película. Un retrato en paralelo sobre un hombre de arte.
Es indudable que lo más enriquecedor es Bernardo Arias. Entrañable, dueño de una vitalidad perenne, atiborrada de experiencia, demuestra que soporta toda la película para nunca hacer que la misma decaiga, y termina como empieza, con la misma entereza. Tener un personaje así de querible y que cause afinidad, asegura que el esbozo de retrato quede impregnado de la mejor manera. Pero el film también alcanza otros matices: Primero, es un postulado sobre la edad, sobre la vida de matrimonio a los 63 años. Bernardo y su mujer Lucy hacen una imagen figurativa de lo que es el amor después de tantos caminos. En segundo término, es también la mirada de un cineasta que hizo películas en el Perú, en Argentina, que tuvo un alma de revolución y que vivió muchas épocas políticas e históricas. Es sobre todo una mirada a la industria del cine que ha cambiado con los años y, al final, esboza una mirada manierista y atractiva sobre el arte, sobre la objetivación de la obra de arte. Una mirada quirúrgica, obsesiva, que permite un acercamiento al aura alrededor de la obra como escribía Walter Benjamin. En ese camino nos recuerda a la búsqueda que hacían Chris Marker y el propio Jean-Luc Godard, y aquí una pequeña alusión a su película El Desprecio (1963), donde también se está filmando una película sobre el arte (como en muchas de Godard) tratándose de aproximar al aura del arte clásico y su historia. Claro que salvando las distancias, se puede encontrar aquí un punto de inflexión muy interesante.
Dentro de todo lo mencionado existe un gesto que tal vez podría haberse profundizado y que tiene que ver con el material de archivo. Este no agrega demasiado cuando más didáctico se presenta y se dedica a contar sobre corrientes artísticas como si abriésemos una enciclopedia. Tal vez la búsqueda podría haber sido de otra manera, sobre todo porque lo mejor de la película es ese juego un tanto infantil y onírico que se desprende de la mezcla de ver el interior de un proceso creativo y el resultado de la película llevándose a cabo. Sin embargo, es el propio Bernardo el mejor recuerdo de un documental de emotivo valor cinematográfico.