La cuarta es la vencida
El nombre de Bernardo Arias es sinónimo de cine y arte. Marcelo Goyeneche lo sabe y su estrategia para hablar de Bernardo Arias, de enriquecedor pasado como asistente de dirección junto a directores tan importantes para la historia del cine argentino como las películas en las que dejó su trabajo y entregó su alma, no sólo implica conocer a un anciano de una vitalidad y sabiduría notables, sino a rescatar la pasión a la que ha dedicado su vida.
La sabiduría de Bernardo es su conocimiento pero no sobre lo técnico sino sobre aquellas preguntas que buscan un origen en lo que somos y en la necesidad de trascender a través de lo que hacemos más de lo que decimos o callamos. Por eso rescatar y convencerlo para llevar a cabo su último proyecto, una cuarta película de Bernardo Arias arranca preguntándose qué es el arte aunque también preguntarse o reflexionar sobre los artistas, ideas sueltas que lo conectan de inmediato con el proceso de creación de una obra artística fuera de la órbita de los museos o el oneroso espacio de las galerías.
Hablar de ese tipo de obras en una película sobre un cineasta poco conocido cierra con la incorporación de un artista de la talla de Antonio Pujía. Bernardo y Antonio se encuentran en la longevidad para charlar con jóvenes sobre el arte y la expresión de las emociones. Ambos viven en el umbral de la creación y de lo cotidiano, con sus cuerpos alcanzados por el paso del tiempo. Uno esculpe arcilla, a pesar del temblequeo de sus manos de trabajo, para sacar formas y el otro esculpe luz y tiempo cuando ordena las imágenes o dirige a través de Marcelo Goyeneche.
El cineasta filma la vida y el arte o la vida por el arte en un homenaje sensible de dos grandes artistas que vuelven a existir gracias a la magia del cine.