La película francesa de Fabrice Bracqaborda el tema del paso del tiempo y los vínculos familiares alterados a partir de la llegada de la tan esperada jubilación de Marilou y Philippe, un matrimonio que planifica su propio sueño: vivir bajo el sol de Portugal. Sin embargo, no todo es tan perfecto como parece.
Este es el punto de partida del filme que sigue los pasos de la odontóloga -Michel Laroque- que lidia con sus pacientes, y de su marido -Thierry Lhermitte-, y que juega con el tema de la edad y el escaso tiempo dedicado a los nietos.
La familia tiene peso en la historia y alta demanda sobre los protagonistas en un defile de hijos, romances cruzados, una abuela a la que creen le queda poco tiempo de vida y un collar para emergencias médicas que, en alguna escenas, es lo más simpático de la propuesta.
El relato está contado con solvencia pero sin gracia y avanza entre diálogos acertados y la pareja central que está en su etapa crepuscular y con ganas de iniciar una nueva vida con tiempo libre y lejos de todos. Pero no es posible, porque cada personaje acarrea sus propios conflictos.
Con gags desparejos y una mirada inclusiva sobre este clan particular en el que todos necesitan de todos, la historia se acerca a varios falsos finales y se extende más de lo debido en situaciones que pierden efectividad.
Tanto Laroque como Lhermitte llevan con comodidad el peso del relato que también incluye la venta de la casa para poder afrontar los gastos en el exterior, un accidente y demuestra que, a veces, un puñado de familiares resulta ser una multitud.