"¡Por fin solos!": humor conservador
Si la idea fuera tomar la parte por el todo, el reflejo de Francia que entrega este retrato familiar no podría ser más desalentador.
La comedia francesa en su variante más popular siempre fue, y sigue siendo, uno de los géneros favoritos del espectador argentino: lo prueba el habitual estreno de no pocos exponentes en las salas locales. Es probable que haya tenido su auge en los ’70, cuando el cine francés se puso menos “nouvelle” y mucho menos “noir” que en décadas anteriores, de la mano de comediantes notables como Pierre Richard o Gérard Depardieu, y cineastas como el gran Francis Veber. Pero pasada la época dorada y sacando a las excepciones necesarias, el humor en el cine francés empezó a ponerse menos estimulante y más obvio, menos atrevido y hasta un poco reaccionario. En esa línea se encuentra ¡Por fin solos!, de Fabrice Bracq, que narra la historia de Marilou y Philippe, una pareja que ha pasado los 60 y que al jubilarse decide que llegó la hora de cambiar de vida, de dejar de preocuparse por los hijos ya grandes y dedicarse a disfrutar del soñado dolce far niente. Deseo cuya concreción, por supuesto, la película se encargará de entorpecer.
Hay que reconocerle a ¡Por fin solos! la voluntad de atreverse a intentar hacer humor con temas incómodos, como jugar con el cruce de clases sociales desde la mirada pequeño burguesa, o hacer referencia a la precarización del primer mundo europeo a partir de su vínculo con los países del este o la inmigración. Todos ellos asuntos que ameritan por lo menos la precaución de ser consciente de las implicancias que tienen en la realidad. El problema es que el guion nunca consigue romper la tensión superficial del mero chiste, que es apenas uno de los muchos recursos con los que cuentan quienes se dedican a hacer humor. Y al quedarse en la superficie, la película tampoco les permite a sus personajes ir más allá para poner en cuestión sus propias motivaciones. Marilou y Philippe empiezan el relato siendo dos personas de buen pasar, conservadores y desconectados de la realidad, y llegan hasta el final dando un giro de 360° que los deja nuevamente encerrados en la caja de cristal de su propia clase y sin conciencia de ello.
Se vuelve obvio entonces que el humor de la película es conservador y poco curioso porque así son sus protagonistas, una simbiosis que quizá hubiera sido conveniente romper. Pero ¡Por fin solos! no sabe cómo. Por el contrario, el relato se concentra en los caprichos de Marilou, condenada a no verse más que a sí misma, y en el carácter casi autista de Philippe, que parece incapaz de conectar con la realidad a menos que esta lo choque de frente, algo que casi no ocurre. Si se jugara el juego de tomar la parte por el todo, el reflejo de Francia que entrega este retrato familiar no podría ser más desalentador. Pero lo más incómodo es que la acción acaba manipulando a sus protagonistas para que crean que en realidad quieren volver a encerrarse en el mundo de las obligaciones que trataron de dejar atrás durante toda la película. Demasiado triste para ser comedia.