Ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín, la nueva película de este prolífico realizador francés está basada en hechos reales que generaron un gran escándalo en Francia, reproducido muy pronto a escala internacional: la aparición en escena de la asociación de víctimas La Parole Libérée, fundada en Lyon en 2015 por víctimas de abusos perpetrados por el sacerdote Bernard Preynat, provocó una aguda discusión pública con las máximas autoridades de la Iglesia Católica, señaladas por silenciarlos.
Ozon abre el fuego con la denuncia que fue el puntapié inicial, llevada adelante por el padre de una familia numerosa, un profesional de vida burguesa que mantiene su rutina de católico practicante pero sin abandonar su objetivo de revisar ese pasado infausto. Y luego va encadenando otras historias similares mediante un virtuoso trabajo de puesta en escena apoyado en la combinación fluida de voz en off y una sofisticada narración visual, aunque la proliferación de casos produce cierta dispersión y, a medida que la historia avanza, el director empieza a subirle el volumen hasta el límite de la estridencia.
Hay un lineamiento moral que sobrevuela el film y que contradice abiertamente las prescripciones religiosas. Lo expresa la interlocutora de uno de los abusados, convencida de que perdonar en estos casos es quedar otra vez en manos del victimario.