En el nombre del padre
François Ozon vuelve a la pantalla grande con una elegante ficción basada en hechos reales sobre la denuncia de abusos en la iglesia francesa de los 80 y los 90.
Premiada este año con el Gran Premio Jurado de Berlín, “Gracias a Dios” es su título original, que acá en Argentina fue modificado y pierde la referencia a la extremadamente fallida frase que el arzobispo de Lyon pronuncia en una conferencia de prensa sobre el escándalo en torno al sacerdote acusado de abuso sexual décadas atrás: “Gracias a Dios esos hechos han prescripto”.
Año 2016, Alexandre, francés, marido y padre de 5 hijos, de profundas creencias religiosas, ha decido denunciar al sacerdote que abusó de él cuando niño, en los campamentos de boy scout. Esa decisión surge al enterarse que este monstruo, después de más de 20 años de esos hechos, sigue estando en contacto con pequeños. Alentado por la supuesta visión progresista del Papa, decide comunicarle esto al arzobispo de Lyon, Monseñor Barbarin.
A partir de esa denuncia, aparecen testimonios de otros niños en esa época, hoy hombres, que fueron abusados por el Padre Bernard Preynat (Yves-Marie Bastien en la juventud, Bernard Verley en la adultez), un sacerdote de la Diócesis de Lyon que estuvo a cargo de campamentos infantiles durante muchos años. Lo más irritante es que el propio victimario reconoce sus crímenes abiertamente. Primero aparece el adinerado y practicante católico, Alexandre Guérin (Melvil Poupaud), luego viene el ateo François Debord (Denis Ménochet) y al final llega Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud), el más humilde y traumado del grupo en cuestión.
Debord construye, junto a otra víctima, el médico Gilles Perret (Éric Caravaca), una asociación y sitio web, La Palabra Liberada, que recopila testimonios de acosos del clérigo durante los 80 y 90. No hacen falta golpes bajos, morbos ni sobreexplicaciones del caso.
Todo el elenco es fantástico. Desde el trío protagonista a los personajes más pequeños, todos se destacan en esta obra y en el cine francés en general. Melvil Poupaud, Swann Arlaud y Denis Ménochet enfatizan la película a la hora de encarnar a tres de las víctimas del sacerdote Bernard Preynat. Es realmente movilizador el gesto aniñado y temeroso de las víctimas que se reúnen con el sacerdote, ahora septuagenario, interpretado por un genial Bernard Verley.
Como se mencionó antes, todos los personajes tienen papeles preponderantes, así como vemos al trío protagonista, también están el acompañamiento, indiferencia o apoyo de padres, hijos, jefes, amigos y parejas ante la lucha que están intentando ganar tantos años después.
El consagrado cineasta François Ozon – Gotas que caen sobre rocas calientes (2000), 8 mujeres (2002), La piscina (2003), Joven y bonita (2013), El amante doble (2017) – se corre de su trayectoria de pura ficción para adentrarse en la historia “basada en hechos reales” y, sobre todo, en un tema tan escabroso como la pedofilia en la iglesia francesa, reconocido por el propio autor de los hechos y, por si todo esto fuera poco, los juicios continúan.
A partir de los testimonios de la organización La Parole libérée (La palabra liberada), el director fue conociendo datos y entrevistando a los verdaderos protagonistas de la historia. Su idea inicial era realizar un documental, pero finalmente se decantó por esta ficción. Y fue un acierto. Como también el hecho de narrar la historia desde el punto de vista de creyentes que practican el catolicismo día a día.
Por gracia de Dios se lleva a cabo a partir de la suma de transiciones dinámicas entre sus protagonistas y sus maneras de pensar y vivir. Podría parecer un drama aburguesado francés más, pero la narrativa orgánica y el impacto que genera este tipo de abusos, hacen una historia elevada, un fuerte drama social que preocupa a todos, con la impecable dirección de Ozon.
Es de destacar que la película acompaña al trío protagónico y su organización La palabra liberada en sus causas subsiguientes, ya que no todo termina cuando se cumplen los objetivos a corto plazo, momento en el cual varios adherentes y/o víctimas abandonan, sino que esto sigue con distintas necesidades, entre las que se encuentra la suba del límite legar para la proscripción de 20 a, por lo menos, 30 años.
Con actuaciones supremas y un maravilloso guion que evita los golpes bajos y la condena a la Iglesia, esta película es incisiva y sencilla, estremecedor y elegante. Ideal para quien guste de denuncias y planteos controvertidos, pero con altura. Digna de admiración.