El destacado realizador francés François Ozon, autor de obras que han impregnado la memoria del espectador como la emotiva El refugio (2010), la intrigante En la casa (2012) o la excelente Frantz (2016), novedosa remake de Broken Lullaby (Ernst Lubitsch – 1932), deja de lado la ficción para reconstruir hechos reales basados en un caso de pedofilia actualmente en los tribunales franceses. La trama tiene como epicentro al sacerdote Bernard Preynat, acusado de abusar sexualmente de numerosos niños entre los años 80 y 90 cuando tenía a su cargo grupos de boy scouts. Los actos condenables del clérigo salieron a la luz en el 2015, gracias a la creación por parte de las víctimas de la asociación La palabra liberada, en la cual detallaron las agresiones sufridas. En la causa también quedó involucrado por encubrimiento el arzobispo de Lyon, lugar donde tuvieron lugar los acontecimientos, el cardenal Philippe Barbarin.
La película avanza como si se tratara de una investigación periodística al estilo de En primera plana (2015), la ganadora del Oscar a mejor film de 2016 realizada por Tom McCarthy. La diferencia con el director norteamericano es que Ozon pone el énfasis en la tensión entre las víctimas y el abusador, al reunirlos en varias secuencias de gran tirantez. El protagonismo pasa de mano en mano. El relato se inicia con Melvil Poupaud, el recordado protagonista de Cuento de verano (Éric Rohmer – 1996), en EL rol de Alexandre Guérin, un padre de familia burgués con cinco hijos a los cuales educa bajo los ritos católicos pese a su pasado conflictivo con la Iglesia apostólica romana. Es el primero en poner una demanda judicial, pese a que su caso prescribió. Trata de permanecer en el anonimato mientras busca nuevos testimonios para poder llevar a juicio al sacerdote.
Luego continúa con Denis Ménochet, recientemente visto en El emperador de París (Jean-François Richet – 2018), una víctima al principio renuente a declarar, pero que al enterarse que Preynat sigue en contacto con menores, decide participar activamente y dar a conocer los hechos a través de la prensa. Su papel es decisivo y preponderante para poner al pederasta en los estrados judiciales. Casi al unísono surge Éric Caravaca, bien presente en los cinéfilos argentinos por su protagónico en Amantes por un día (Philippe Garrel – 2017), que acompaña a Ménochet en sus demandas y en la creación de la asociación que puso fin al silencio de los damnificados. Por último, Swann Arlaud, aquel seductor sin alma, un predador detestable en Una vida, una mujer (Stéphane Brizé – 2016), es el personaje más conflictivo y más afectado por las vejaciones padecidas. Aquel que no pudo encausar su vida, formar una familia ni mantener una relación estable. Otro personaje relevante aunque invisible es el Papa Francisco a través de sus declaraciones y por el intercambio epistolar con las autoridades eclesiásticas y los acusadores.
La estructura narrativa se apoya en las lecturas de cartas a través de una voz en off, las sucesivas reuniones entre la curia y los demandantes, los diálogos íntimos familiares y los encuentros de los miembros de la asociación. La reacción lenta y tardía del cardenal, un personaje dubitativo y contradictorio, se contrapone a las firmes convicciones de los litigantes, exasperados por la pasividad del arzobispo. Su desafortunada respuesta en una conferencia de prensa: “Por gracia de Dios los actos han prescripto” dan origen al título del film. Preynat es presentado como un cura débil que reconoce sus pecados que atribuye a una enfermedad. Ruega ser perdonado mientras trata de evitar que los acontecimientos tomen estado público. La culpa en sus distintos estratos, el perdón como desahogo emocional sin abandonar la búsqueda de la justicia, la preservación de las instituciones religiosas para no manchar a todos sus integrantes, la apostasía como reacción intempestiva son materia de análisis a lo largo de las dos horas y cuarto del film.
Por gracia de Dios, ganador del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Berlín, es una contundente denuncia de un tema que lamentablemente con frecuencia ocupa en la actualidad la tapa de los diarios. Pese a las mayores facilidades y predisposiciones para efectuar las denuncias junto a las medidas tomadas por la Santa Sede, no se puede borrar ese dejo de frustración e impunidad que permanece en el espectador. Todos los castigos y condenas parecen insuficientes para semejantes aberraciones perpetrados contra seres inocentes e indefensos, que en muchos casos contaron con la mirada pasiva de los padres, miembros de una sociedad burguesa cerrada e hipócrita. Valoración: Muy Buena.