Gracias a Dios se titula la nueva película de François Ozon, que en Buenos Aires se estrenará rebautizada, Por gracia de Dios. La traducción comercial anula la referencia a la frase tan fallida como reveladora que el arzobispo de Lyon pronuncia en una conferencia de prensa para aplacar el escándalo en torno a un viejo sacerdote acusado de abuso sexual contra feligreses niños: “Gracias a Dios esos hechos han prescripto”.
Por si cupiera alguna duda sobre la importancia que le asigna a ese furcio, el director parisino le dedica una secuencia que también incluye la reacción indignada de un periodista y el pedido de excusas que la autoridad clerical farfulla sin éxito. A través de esta anécdota, Ozon explicita su crítica contra una Iglesia concentrada, no en expulsar a sus miembros pederastas, sino en evitar el bochorno mediático y la intervención judicial.
El autor de Gotas que caen sobre rocas calientes, 8 mujeres, La piscina, Vida en pareja, Tiempo de vivir, Mujeres al poder, Joven y bella, El amante doble se desvía de una trayectoria consagrada a la ficción pura para experimentar con la ficción “basada en hechos reales”. Dicho esto, se propone algo mucho más complejo que recrear los entretelones del Affaire Preynat y del movimiento La Palabra Liberada: describir el daño persistente que provoca en varones púberes el abuso sexual cometido en el seno de una institución milenaria que se declara por encima de la Ley (del Hombre).
Melvil Poupaud, Swann Arlaud y Denis Ménochet se lucen a la hora de encarnar a tres víctimas del ahora septuagenario sacerdote Bernard Preynat. Conmueven especialmente las escenas donde los dos primeros actores asumen una postura corporal infantil, de vulnerabilidad total, cuando sus Alexandre y Emmanuel se reencuentran con el abusador interpretado por el muy versátil Bernard Verley (que, dato curioso, cincuenta años atrás hizo de Cristo en La vía láctea de Luis Buñuel).
La casi irreconocible Josiane Balasko acompaña con el talento de siempre, en esta ocasión en tanto madre del personaje a cargo de Arlaud. Dicho sea de paso, a Ozon también le importa describir las secuelas que la violencia sexual deja en los familiares –sobre todo en los progenitores– de los chicos sometidos.
La comparación con Spotlight resulta inevitable. El director parisino y Tom McCarthy comparten la intención de denuncia por un lado y, por otro lado, de reivindicación de individuos anónimos que convierten su lucha solitaria en palanca de un cimbronazo colectivo contra el statu quo eclesiástico. Asimismo coinciden en apostar a la ficción “basada en hechos reales” y en filmar con minuciosidad un pasado ya documentado.
La meticulosidad atenta contra la capacidad de síntesis de ambos realizadores, y pone a prueba la paciencia de los espectadores que encontramos excesiva la duración de uno y otro largometraje. Desde esta perspectiva, Por gracia de Dios resulta redundante por momentos: por ejemplo, mientras se detiene en el intercambio epistolar que Alexandre mantiene con Régine Maire y con el cardenal Barbarin, y cuando recrea algunos recuerdos de los tres protagonistas con el joven Preynat.
Quizás ésta sea la película más convencional de Ozon (los cineastas consagrados rara vez se destacan cuando recrean hechos reales). Dicho esto, se trata de una propuesta valiosa, primero, porque recuerda una de las deudas que la Iglesia católica mantiene con la sociedad (en el discurso de clausura de la cumbre sobre pedofilia que tuvo lugar en febrero pasado, el Papa Francisco instó a “combatir la actitud defensiva-reaccionaria de salvaguardar la Institución, en beneficio de una búsqueda sincera y decisiva del bien de la comunidad, dando prioridad a las víctimas de los abusos en todos los sentidos”). En segundo lugar, Grace à Dieu ofrece actuaciones de calidad, consecuentes con un guion que sabe evitar el morbo y los golpes bajos.