Las consecuencias de algunos actos escapan a la razón. La humillación convoca a la vergüenza, y esta hace del silencio la gramática de la intimidad. Los abusos sexuales, más o menos perversos, tienen un alcance imposible de mensurar. Una experiencia infantil persiste vívida en el cuerpo de un hombre o una mujer de 40 años. Basta pulsar un signo que evoca la memoria para reencontrarse con el ultraje. Esto es esencialmente lo que filma François Ozon en Por gracia de Dios, película que retoma un caso real y reciente de lucha contra los abusos de curas de la Iglesia católica sobre fieles menores de edad.