Comienza en 2014 y uno de los puntos más fuertes de la película es el tema que trata y que se encuentra basada en hechos reales, el abuso a menores duele y mucho, al igual que otros similares. Todo comienza desde la preocupación de Alexandre Guerin (Melvil Poupaud, “Victoria y el sexo”) de 40 años, casado, padre de cinco hijos y con una posición acomodada.
Pese a sus conflictos y dudas con la iglesia siempre siguió creyendo en Cristo y educó a sus hijos en la religión. Pero cuando se entera que el sacerdote Bernard Preynat (Bernard Verley), se encuentra en Lyon que continua en sus funciones, da misa, sigue en contacto con niños y libremente prosigue con todas sus actividades, es cuando libera sus recuerdos marcados a fuego, este sacerdote en 1986 en el campamento de scouts abusó de él siendo un niño, pero no fue el único, dado que hubo muchos más y a través del uso del flashbacks se amplía el argumento.
Aunque pasaron muchos años decide dar a conocer este hecho primero y arma una reunión con Régine Maire (Martine Erhel), mano derecha del Cardenal Barbarin (François Marthouret) y hasta se reúne con Preynat, reconoce todo, pero éste ni se disculpa. Comienzan a surgir otros hombres adultos que relatan este doloroso hecho y las consecuencias que les dejo en su ser. Ellos, tras el sufrimiento, se unen intentando juzgar públicamente al cura. Pero además están las relaciones con cada una de esas familias, los que no quieren que se sepa, el daño y la hipocresía.
Lo que exponen es un hecho monstruoso que merece ser condenado y que se haga justicia. A pesar de todo siempre quedarán cicatrices.