El road movie, ese género cinematográfico que tanto le debe a los textos homéricos y se enmarca en la tradición del Bildungsroman, es tan ubicuo en la historia del canon occidental que parece una perogrullada explicarlo. Sin embargo, es interesante comprender el por qué del apogeo de este tipo de trama a partir del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Son varios los aspectos coyunturales que podrían justificar el éxito de películas pioneras como Bonnie and Clyde (1967) o Busco mi Destino (Easy Rider, 1969) y la solidificación de los elementos formales que definen este género. Por un lado, los periplos hippies avant la lettre de los poetas beat, yendo de costa a costa y tan bien plasmados por Kerouac en su novela En el Camino, en los años sesentas ya habían fermentado y producido un jarabe anticonformista, antiintervencionista y proliberal. Es decir, tremendo cóctel de rebeldía pop a la venta en cualquier grocery store. Por otro, y de manera casi que contradictoria, el fortalecimiento de la industria automovilística estadounidense había colocado al automóvil en la cúspide de la pirámide simbólica, volviéndose éste el ícono del sueño americano y el escudo de armas del capitalismo. Más de medio siglo después, con el tecnocapitalismo global y su retórica bien acomodados dentro de la cotidianidad latinoamericana y sin dar atisbos de que vayan a irse pronto, la directora y guionista brasileña Caroline Leone prueba su mano con este género en su primer film Por la Ventana (2016) y el resultado es más que interesante.
La trama es simple pero no por eso sencilla: Rosália es jefa de producción en una metalúrgica, hasta que por políticas de la empresa (algo de un merger con otra compañía, le comenta por encima un jefe indefinido que habla fuera de cámara) la despiden después de 30 años de trabajo para poner en su lugar a un tipo más joven. José, el hermano de Rosália, es chofer y tiene que viajar en auto hasta Buenos Aires por pedido de su acaudalado patrón (tampoco aparece). No queriendo dejarla sola en este momento difícil, José la convence a su hermana de acompañarlo hasta la capital argentina, y ella, a falta de algo mejor, accede. Los episodios que comprenden la película son consecuentes con el género: paisajes, la ruta interminable, el momento de catarsis, los desvíos… pero a la vez, es este apego a las convenciones formales que hacen de Por la Ventana una deconstrucción crítica de la road movie tradicional.
Rosália no tiene nada de heroína romántica y se encuentra a las antípodas de las hipersexualizadas poetisas beat o los rebeldes sin causa. De hecho, el film se encarga de mostrar lo común de su existencia, incluso cuando está de viaje, enfatizando siempre el trabajo doméstico y manual. Rosália pela cables de cobre, Rosália cocina y prepara el café, Rosália lava camisas y borda. Y es justo ahí donde sucede el enroque que socava las expectativas de un avezado en road movies: el viaje es un mientras tanto, porque no importa si la protagonista cambia o no, la sociedad y sus injusticias van a seguir exactamente igual. Significativo es decir que el automóvil de esta road movie es prestado y, una vez entregado, los “héroes” se tienen que regresar en ómnibus.
Dos interpretaciones magistrales, de pocas palabras y muchas miradas, por parte de Magali Biff y Cacá Amaral como Rosália y José, respectivamente, son fundamentales para transmitir el clima agridulce del film, que se podría resumir en un diálogo que se da antes de que la travesía haya arrancado: José le cuenta a su hermana que la hija del patrón terminó la facultad y espera el auto en Buenos Aires porque desea regresar a su Brasil natal por tierra, que la chica “quiere disfrutar el viaje”. Rosália, con una nostalgia que trasciende el episodio en cuestión y parece referirse a la vida misma, se pregunta: ¿Quién pudiera? La respuesta por la que se inclina la película es: algunos más que otros.