Esta coproducción brasileño-argentina, premiada en el Festival de Rotterdam, se centra en una mujer que es despedida de su trabajo y emprende un viaje junto a su hermano desde San Pablo a Buenos Aires. Un filme pequeño, sensible y honesto.
Esta coproducción entre Argentina y Brasil es un filme honesto y minimalista que hace un justo, lógico y sensato uso del concepto “coproducción” al narrar la historia de dos hermanos de más de 60 años que viajan de San Pablo a Buenos Aires a entregar un auto. El filme, que participó en el Festival de Rotterdam de este año donde ganó el Premio FIPRESCI– se centra, especialmente, en Rosalia (Magalí Biff, veterana actriz de teatro y TV), una mujer muy rigurosa y profesional –aunque no demasiado amable ni simpática– que es despedida del traabajo que ha tenido durante más de 30 años en una planta de reactores eléctricos en San Pablo y entra en una suerte de depresión.
Su hermano Zé (Cacá Amaral, otro veteraano del cine y la TV), que trabaja como chofer, tiene que viajar a Buenos Aires a entregar una camioneta a la hija de su patrón y le ofrece a ella que lo acompañe en su viaje. Ella duda –nunca ha salido de Brasil– pero finalmente acepta. Y así es que ambos se embarcan en un recorrido que los llevará por el sur de Brasil, las Cataratas de Iguazú y el subsiguiente recorrido más hacia el sur, hasta llegar aquí.
La realizadora Caroline Leone mantiene un registro cercano al documental, especialmente en las escenas en las que ambos comparten con otros en lugares públicos. Pero no se trata de un filme lleno de peripecias, sino que uno que utiliza un tono calmo y paciente para ir llevando a los protagonistas y a los espectadores en ese camino que, es de esperar, logre sacar un poco a Rosalia de su estado, aunque la mujer no parece ser del todo abierta a nuevas experiencias, a diferencia de su algo más entusiasta hermano.
La película tampoco abusa del recurso turístico, más allá de la obligada parada en Iguazú, que igualmente está utilizada de forma muy específica (hay planos de solo dos lugares del parque nacional) y, en un punto, simbólica. El filme tiene algo de LAS ACACIAS, de Pablo Giorgelli, en su estructura de road movie en tono pausado y sin grandes revelaciones y ni siquiera hace un gran tema respecto a las diferencias entre ambos países, más allá de algunas charlas y confusiones ligadas al lenguaje.
Esa nobleza y simplicidad es la que hace que la película sea recomendable y se sienta honesta, real, aunque seguramente la vuelva menos comercial ante espectadores que esperan situaciones más dramáticas o cómicas ligadas a la idea de contar una historia con “turistas brasileños en Argentina”. Aquí no las hay, más allá de la ironía que, para los argentinos, pueda tener la idea de que un brasileño deprimido trate de venir a mejorar su situación aquí en vez de lo opuesto. A cambio de eso lo que se ve es a dos personajes de clase media-baja (paran en pensiones y hoteles baratos, viajan en micro, están lejos de cualquier cliché turístico) en un recorrido que lleva a uno de ellos a reencontrar algún grado de sentido a una nueva etapa de su vida.