Es un tremendo placer ver una película así. Su ligereza se puede confundir con superficialidad, pero se trata más bien de un encuentro entre familias y amigos; un encuentro que tiene sus desencuentros. En la amistad de los personajes principales Tony (Michael Barbieri) y Jake (Theo Taplitz), se manifiesta una fidelidad valiosísima por encima de los conflictos entre las dos familias; un conflicto que viene dado por circunstancias externas de necesidad en ambos casos. Pero esto no impide que surja un vínculo interesante entre los dos amigos. Es, además, una oportunidad para Taplitz y Barbieri en la que ambos exploran sus personajes con una riqueza que no suele verse en actuaciones infantiles. Jake es más introvertido, mientras que Tony procura incentivar la diversión que busca haciendo un taller de actuación y compartiendo con amigos.
No menos interesante es la dinámica familiar que sostiene a cada niño. Por un lado están los papás de Jake, interpretados por Jennifer Ehle y Greg Kinnear en unas íntimas actuaciones donde resuenan más las miradas y el silencio que lo dicho. Ellos están entregados a sus trabajos pero comparten con su hijo en las cenas y los fines de semana. Por otro lado, está Leonor quien Paulina García interpreta con una callada contención. Cada una de sus palabras quieren decir mucho más que lo dicho. Y su oficio de costurera y diseñadora se mantiene hogareño y cálido para la crianza de su hijo. Cada una de las profesiones u oficios de los padres despiertan preguntas sobre los personajes. Son preguntas que el filme sugiere y que no pretende resolver, sino con los que conviven los personajes. ¿Cómo conviven Jake y su papá con la profesión de psicoterapeuta de su mamá? ¿Cómo hacen para mantenerse si el papá gana poco como actor? ¿Cómo hace Leonor para mantenerse ella y a su hijo si nunca se ve que haya mucha clientela en la tienda? Son preguntas accesorias pero que complementan a los personajes, no limitan la película.
Así, la película podría verse como un homenaje a las relaciones humanas vistas desde el comienzo de la adolescencia donde comienzan a bullir, más que las hormonas, las inquietudes por lo que se avecina en la adultez. La música y la edición trabajan de una manera muy sencilla para que el filme fluya con cierta ligereza sin perder de vista la resonancia de cada momento y de cada personaje. Hay una detallada conjugación de todos los elementos, desde el guión a cada uno del elenco, desde la dirección hasta la música que interconecta escenas juguetonas. Al final, se trata de una orquesta de elementos hermosamente conjugados con sencillez y una vitalidad poco usual en el cine de ahora.