Los años no vienen solos
En esta comedia hay momentos divertidos, pero son pocos en comparación con los enredos obvios y antiguos.
La vejez tiene su aspecto positivo: por ejemplo, que no te moriste joven”. Si Por siempre jóvenes tuviera más chistes como éste, estaríamos hablando de una comedia medianamente efectiva. Pero las situaciones divertidas están perdidas como islas diminutas en un mar de obviedades.
La cuestión es reflexionar y reírse del paso del tiempo y la sobrevaloración de la juventud. Y, sobre todo, de la extrañeza que a veces sienten los que tienen esa edad en la que todavía no se es viejo, pero tampoco tan joven: un período de la vida que se fue extendiendo a lo largo de la historia humana, y que ahora puede abarcar desde los 40 hasta los 70.
Tres de los protagonistas de estos cuatro cuentos entrecruzados están pisando o transitando la década de los 50 años. Todos ellos, por diferentes motivos, mantienen relaciones -laborales o amorosas- conflictivas con veinteañeros. Quizá la más cómica, tal vez por la simpatía del antiheroico Pasquale Petrolo, sea la del exitoso conductor de radio, un adultescente que no asume su edad y es atropellado por la realidad al ser desplazado de su trabajo por un imberbe desfachatado. En cambio las otras dos, que abordan romances intergeneracionales, naufragan en enredos que atrasan décadas. Tampoco tiene muchas luces el cuarto episodio, protagonizado por un sesentón vigoréxico que no se resigna a las canas y se dedica a entrenarse y martirizar con ejercicio físico a su obeso yerno.
La estética publicitaria -tan afecta a las comedias industriales italianas que llegan a nuestros cines- domina una película que se va volviendo más explícita a medida de que transcurren los minutos: ante la duda de que no entendamos algo, nos lo subrayan varias veces. Y que busca, en vano, complicidad en remanidos guiños nostálgicos a la cultura pop, como Total Eclipse of the Heart, de Bonnie Tyler, o Tuca Tuca, de Raffaella Carrá. Para definir su atracción por una “vieja” de 48, un personaje explica: “Si digo Commodore 64, ella me entiende”. Nosotros también, pero no nos causa gracia.