Los italianos han sabido aprovechar el consenso acerca de su particular idiosincrasia pasional; sobre la base de esa característica que supuestamente abarca a todo hombre nacido en la tierra de Dante y Fellini inventaron una tradición cinematográfica que consiguió el beneplácito de varias generaciones. La comedia italiana es mucho más que un género asociado a un país; es un mito, y también materia de nostalgia. El último genio de esta gloriosa tradición es Nanni Moretti. Tiene 63 años. Fausto Brizzi tiene unos 15 años menos que Moretti y cree pertenecer a esa tradición.
En esta oportunidad, Brizzi dio a luz a varios personajes que sienten el paso del tiempo en sus propios cuerpos e intentó matizar la angustia de lo irreversible con algunas situaciones simpáticas y aleccionadoras: un cincuentón se enamora de una cuarentona, pero está casado con una veinteañera; a un mítico conductor radial le llega su hora de resignar su eterno espacio de emisión central porque la audiencia joven quiere otra cosa; la dueña de un centro estético se enamora del hijo de una amiga que tan solo tiene 19 años; un abogado obsesionado con el deporte debe aceptar la edad que tiene y sus problemas cardíacos. Todos los personajes aprenden algo, no necesariamente la audiencia.