Las culpas de una madre
Las primeras imágenes se encuentran imaginariamente con las de otra película argentina estrenada este año: como en Rompecabezas (2010, Natalia Smirnoff), vemos a una mujer cumpliendo dificultosamente con su rol de madre y esposa, inmersa en el estrés de las rutinas hogareñas. En este caso, la protagonista es Julieta (Erica Rivas), una joven que parece desbordada, quizás incómoda, con el rol que las circunstancias le han impuesto. Mientras procura inútilmente estar atenta a lo que escucha con sus auriculares y observa en su computadora, para finalizar un trabajo, a su alrededor sus dos pequeños hijos (nada dóciles, por cierto) juegan, gritan, se exaltan. El mayor de ellos parece decidido a no apartar su vista de la playstation o de los dibujos animados sin humor ni ternura que lo seducen desde la televisión. De pronto, un golpe del más chico la inquieta y terminan todos en la guardia de un sanatorio, donde los médicos descubren que los magullones son varios y sospechan, además, que pueden ser responsabilidad de la madre.
Los pormenores crean un clima de creciente tensión, desarrollado con sutileza y sin excesos: no hay un grito ni una escena explícita de violencia, y no por ello el espectador deja de sentirse comprometido con la protagonista.
La narración es lineal, casi en tiempo real: poco se sabrá de los personajes fuera de lo que se ve y se habla en el transcurso de las pocas horas en que transcurre la acción. Y si bien el tratamiento es realista, bien puede entenderse esa noche como una pesadilla o la materialización de los temores –y las culpas– de una madre.
Mediante detalles casi imperceptibles cobra valor la película: los gestos ambiguamente confiables de los médicos, cierta indiferencia de la madre de Julieta (y al mismo tiempo la necesidad de protegerla, como cuando le cede el tapado), o momentos en los que elecciones de encuadre contribuyen a encontrarle sentido connotativo a elementos muy simples (los barrotes de una cuna, la figura de Julieta rodeada de juegos infantiles en el sanatorio, su rápido gesto de arreglarse el cabello después de ver al joven médico).
La directora Anahí Berneri (1975, Martínez, Buenos Aires), un poco como en sus anteriores películas –Un año sin amor (2005) y Encarnación (2007)–, logra expresar de manera vívida sensaciones físicas: el cansancio, el sueño, el nerviosismo, se transmiten fuertemente, consecuencia de la cámara muchas veces en movimiento, los primeros planos y el hábil empleo del sonido ambiente. Más por la temática que por el estilo, Por tu culpa recuerda a Go get some Rosemary, la película de Joshua y Benny Safdie que compitió este año en el BAFICI. Hay, también (con la excepción de un Rubén Viani algo dubitativo como el marido), un parejo desempeño actoral, y, como hiciera con Silvia Pérez en Encarnación, la directora le exige a la protagonista una entrega intensa, combinando esfuerzo físico con contención dramática.
Es una lástima que, a pesar de sus méritos y de un planteo que induce saludablemente a la polémica, desmitificando mitos muy arraigados (la sensatez de las madres, la inocencia de los niños), el film no encuentre demasiados espectadores que puedan apreciarlo, o aunque sea discutirlo: por razones que quien esto escribe desconoce, en Rosario fue estrenado en sólo dos salas y dos horarios. A esto se suma la resistencia de cierto público a películas que, como ésta, proponen interrogantes antes que soluciones: lo demuestran algunas risas nerviosas al finalizar una de las funciones, mientras una señora mayor le resumía a su marido su opinión sobre la película, que acababan de ver juntos: “Es la vida. La vida de las mujeres.”