Una madre desbordada
Un pequeño accidente casero desata una noche de pesadilla para su protagonista. Por tu culpa es la mejor película de la realizadora, quien evita entregar un punto de vista indiscutible sobre la situación.
¿Quién tiene la culpa, si es que la hubo? ¿Lo que pasa en el interior de esta familia es responsabilidad de uno solo de sus integrantes o de todos? Si se cometió un descuido, ¿fue algo circunstancial o tiene que ver con cosas más de fondo? ¿Fue tan grave ese descuido o hay quienes lo aprovechan para pasar talonarios enteros de facturas pendientes? Opus 3 de la realizadora porteña Anahí Berneri (luego de Un año sin amor, 2005, y Encarnación, 2007), Por tu culpa es una de las contadas películas que no sólo no pretenden dar un punto de vista definitivo sobre lo que narran, sino que hasta parecerían no tener las respuestas. Presentada con considerable repercusión crítica en la reciente edición de la Berlinale, antes que proponer o suponer, Por tu culpa se limita a exponer una situación que, como suele suceder en la vida corriente, no es de interpretación fácil o unívoca. El sentido de lo que narra la película –de sedimentación prolongada– es, a la larga, responsabilidad de cada uno. Ya la escena inicial –planteada, como toda la película, en el plano de lo estrictamente físico– abre una cadena de interrogantes. Una mamá juega bruto con sus hijos, los hijos le dan poca bola, ella parecería no saber imponerse, de pronto el más chico se cae y se golpea mal. ¿Habrá sido ella la que no les dio suficiente bola a los chicos, enfrascándose en su trabajo y descuidándolos? ¿O tal vez es que no puede dar abasto, dividida como está entre el rol de madre separada y el de mujer independiente? ¿Será que el departamento, demasiado apretado y asfixiante, fomenta el pegoteo, la falta de distancia? ¿O lo que genera la sensación de asfixia son los planos cerrados de Berneri? Una cosa es segura: Julieta (una rubia Erica Rivas) está desbordada. Por la situación, por las exigencias de su rol, por su propia inseguridad, por lo que sea. Desbordada, pero no paralizada, porque atina a agarrar a los chicos y salir corriendo al sanatorio. ¿O está exagerando acaso y no era para tanto?
A medida que la situación avanza, los interrogantes crecen. ¿Se trata de un caso de violencia familiar, como aventuran los médicos cuando le descubren unos moretones al hijo menor? ¿O es simplemente que, como dice Julieta, los chicos son chicos, juegan bruto y se lastiman? El espectador tiende a darle la razón: ya los vio jugar bruto. Pero si es así, ¿por qué Julieta no se rebela ante la presunción de los médicos, presos, se diría, de una persecuta de época? ¿Serviría reaccionar con violencia o sólo empeoraría las cosas? El que sí reacciona con violencia es Guillermo, padre de los chicos (Rubén Viani), que en cuanto llega al sanatorio les pone límites a los médicos. Poner límites: algo que, por lo visto, a Julieta le cuesta hacer. Como se demuestra un par de escenas más adelante, cuando Guillermo le echa toda la culpa de lo que pasó. Otra vez, ¿es tan grave lo que pasó?
Por la manera en que apunta a lo ético a través de lo físico es inevitable pensar en el cine de los Dardenne como fuerte influencia. Por el modo en que lo cotidiano resbala hacia lo pesadillesco, por la suerte de realismo kafkiano que cultiva, por el carácter nocturnal incluso, podría suponérsele al film de Berneri un parentesco más lejano e impensado: el de El hombre equivocado, de Hitchcock. Pero allí la inocencia del protagonista nunca se ponía en duda, mientras que aquí es un componente más de la incertidumbre general. Organicidad es la primera palabra que viene a la mente cuando se piensa en los méritos de la película de Berneri, sin dudas la mejor de su autora hasta la fecha. Si la actuación de Erica Rivas es magnífica, no se debe a alguna muestra de virtuosismo aislado, sino a la precisión con que la actriz refleja la circunstancia del personaje. Circunstancia: otra palabra clave aquí. El cine tiende a la generalización: todo lo que se muestra es de la manera en que se muestra. Autora del guión junto a Sergio Wolf, Berneri anula de plano esa tendencia a la totalización. Aquí nada es definitivo, todo es contingente.
Las homogéneas actuaciones secundarias, la carga de verdad que imprimen los chicos Nicasio y Zenón Galán, la ausencia de música, la acosadora cámara de Willi Behnisch (otro sello Dardenne), la flexible puesta en escena de Berneri (planos cerrados para narrar el interior de la protagonista, planos abiertos para verla en relación con el entorno): lo que luce en Por tu culpa no luce solo, sino en relación con el todo. Un todo tan lleno de interrogantes que la película será seguramente acusada de misógina y ensalzada por lo contrario, producto de la indeclinable voluntad de la autora por desplegar una situación y observarla de cerca y a su altura, antes que clausurar su sentido con un punto de vista tan olímpico como indiscutible.