Un día cualquiera
Una noche común de una típica pareja de clase media en la Argentina. Julieta (Erica Rivas) está con sus hijos en su casa, los chicos gritan, ven tele, juegan con todo lo que tienen a mano, saltan se pelan, se gritan, comen yogurt, lo vuelcan en el piso, y así. El marido de Julieta está de viaje. A partir de esta situación tan común, Anahí Berneri desarrolla un relato que por momentos estremece. No hay acá grandes golpes de música, ni se plantean las grandes cuestiones de la vida, lo que sí hay es una directora con un guión preciso y una actriz que se encarga de que la película no le de respiro al espectador.
Uno de los chicos se cae y se rompe un brazo, la madre y los hijos van a la clínica y empieza entonces un relato sobre el poder de las instituciones, el sentido de la maternidad, las relaciones de pareja y la violencia familiar en institucional. Los médicos examinan al chico accidentado, encuentran otras lesiones, le preguntan a la madre cómo se lastimó el hijo y ella dice que fue un accidente, que los chicos se caen.
La cámara sigue a Erica Rivas que se queda con los chicos mientras en otros ámbitos empieza a moverse una maquinaria que no entiende, que no le pide explicaciones. Nadie la atiende a Julieta, nadie de la familia está a mano y los médicos sospechan que ha golpeado a los chicos y que lo hace habitualmente, aunque de esto no se hablará hasta la llegada del marido de Julieta.
Un relato preciso, seco, angustiante y una actriz enorme le alcanzan a Anahí Berneri para hacer de su tercera película uno de los estrenos más importantes del año.