Maternidad: ¿apostolado o pesadilla?
Julieta (Erica Rivas) se dispone a trabajar un domingo a la noche, desde la intimidad de su confortable casa. Atraviesa una crisis matrimonial después de 9 años de convivencia y acaba de recibir un llamado de su ex marido que no puede hacerse cargo de los chicos. Igualmente, ella intenta realizar su tarea, mientras sus hijos de 2 y 8 años no quieren dormir y juegan a trenzarse en interminables peleas, sin que ella les ponga límites.
La casa está provista de todas las comodidades y entretenimientos que, sin embargo, no son suficientes para calmar las crecientes demandas infantiles. El televisor a todo volumen o los juguetes novedosos han perdido seducción para estos pequeños, que prefieren pegarse entre ellos y llamar la atención de la madre, hasta que el más pequeño se cae y ella decide llevarlo a una clínica privada para un mayor control.
A partir de este incidente doméstico, se inicia una noche interminable, que registra las distintas aristas de temas tan incómodos como la descontención de los niños, la crisis de la maternidad, la involuntaria pero frecuente violencia familiar y la presencia de la culpa que se acumula sobre las espaldas de la mujer.
Nadie es inocente
La talentosa actriz Erica Rivas transmite la incertidumbre de su personaje, desbordado por circunstancias de las que no es la única responsable. Ella está siempre sola: su madre tomó la pastilla, su marido se fue, los niños no entienden razones y los médicos la acusan de que sus hijos tienen demasiados golpes. Cada uno aporta su cuota de violencia que redunda en incomunicación y viceversa; cada uno de los personajes tiene su razón y su cuota de culpabilidad. Los conflictos de la familia no son económicos: nada falta en la casa ni en la clínica privada donde atienden a los chicos, pero todos son víctimas de un ritmo vertiginoso que los empuja a sostener un nivel de vida que implica estructuras familiares colapsadas.
La película registra ese funcionamiento de obligaciones por delante de los afectos, donde la protagonista no puede disfrutar de la maternidad aunque tampoco de su profesión ni de su feminidad y cae en una alienante despersonalización, atrapada en exigencias ajenas, imposiciones sociales y demandas permanentes, para las que el film no da soluciones pero sí señala una raíz conflictiva mucho más amplia que lo aparente.
Estética y mensaje
El mantenimiento de la tensión progresiva del relato indica el talento de Berneri como narradora para describir una situación aparentemente trivial, que se va desdibujando hasta devenir en pesadilla. El omnipresente tema de la incomunicación se acentúa con ruidos ambientales de todo tipo, que hacen menos nítidas las palabras. No existe música, más allá de una adecuada nana con la que la madre intenta calmar al niño pequeño y la banda sonora acumula ruidos, pasos, jadeos entrecortados, ruidos de aspiradora, de bocinas, de aparatos electrónicos, teléfonos, gritos, peleas y barullo: generadores de incomunicación que actúan como interferencia permanente.
A la protagonista se la muestra en su progresiva crisis, sin poder hacerse cargo de su trabajo, sus hijos, su matrimonio y su feminidad. En este sentido hay muchos puntos de contacto con “La mujer sin cabeza”, de Lucrecia Martel, un tipo de cine del que también hay cuestiones de encuadre y fotografía que acentúan la soledad, el bloqueo y la despersonalización (vidrios mojados, cristales reflectantes).
También son relevantes en “Por tu culpa” la impecable puesta en escena y el buen uso del fuera de campo, como en el plano final del dormitorio o el momento del accidente doméstico. Elogios aparte para la cámara que logra captar el caos cotidiano del universo infantil y de una casa a la deriva. El resultado es un film tenso y provocativo en su lectura, además de arriesgado en la no concesión al facilismo ni a la derivación sentimental, a pesar de lo cual genera la identificación, entre incómoda y piadosa, del espectador.