Un asunto capilar
Néstor Montalbano fue parte de varios de los mejores programas de televisión que se vieron de los ‘90 para acá: dirigió De la cabeza, Cha cha cha y Todo X 2$, que -sin exagerar- cambiaron la manera de hacer humor en la Argentina. Su sello: el absurdo y los personajes bizarros, marcas distintivas que pudieron encontrarse también, con mucha menos efectividad, en algunos de sus largometrajes, como Soy tu aventura o Pájaros volando. Y que son ingredientes necesarios de Por un puñado de pelos, pero no suficientes para hacer funcionar a esta película (que tiene guión de Damián Dreizik, otro renovador del humor nacional desde aquellos días de Los Melli).
Aquí hay unas cuantas buenas ideas: alguna vez alguien tenía que hacer actuar al Pibe Valderrama, dueño quizá del look más increíble de la historia del fútbol. Y qué mejor papel para el colombiano que el de alcalde corrupto de un pueblo bendecido por unas aguas que hacen crecer el pelo. Otra presencia interesante a priori era la de Rubén Rada, como uno de los lugareños peludos que se resisten a que un ambicioso semicalvo citadino (Nicolás Vázquez) explote el lugar.
Esta historia, con aires de western capilarmente incorrecto, está bien planteada y parece terreno fértil para una comedia efectiva, pero algo falla. Las situaciones no resultan lo suficientemente graciosas y, así, todo va perdiendo ritmo. O quizás haya que plantearlo a la inversa: la falta de ritmo es lo que quita la comicidad. Y ninguna de las actuaciones logra hacer olvidar estos baches: en su debut, el Pibe salva la ropa, Rada está demasiado contenido y Vázquez no consigue esquivar la sobreactuación.
Hay un falso Luis Miguel que brinda los mejores momentos, y un chanchito peludo que todos quisiéramos como mascota. Pero de a poco, todo va poniéndose cada vez más grotesco en el mal sentido de la palabra: hay escenas que son bizarras adrede pero, despojadas de mayor gracia, parecen serlo a su pesar. Y lo peor es cuando, hacia el final, la película se toma en serio a sí misma e intenta darnos una moraleja anticapitalista, resumida en algo así como que “no todo tiene precio”. No era necesario.