Un western con la peluca bien puesta
Puede decirse que Néstor Montalbano es un bicho raro, único dentro del cine argentino, pero al que también cuesta encontrarle lazos con directores de otras cinematografías. Tiene algo de la comedia argentina costumbrista de los ’70 y los ’80 a la Enrique Carreras, pero con plena conciencia paródica; algo del kistch de John Waters, pero sin su recarga social; cultiva el absurdo, como los Monty Python, pero sin llegar a sus extremos ni a sus rabiosas referencias políticas; tiene algo del Carlos Sorín que se apasiona por trabajar con actores no profesionales, pero sin la preocupación de que ese amateurismo se haga evidente, sino buscando amplificar la diferencia para obtener un efecto cómico. Por un puñado de pelos es su quinta película, aunque no está mal pensarla como parte de una trilogía extraña junto a Soy tu aventura (2003) y Pájaros volando (2010), ambas protagonizadas por Diego Capusotto y Luis Luque. Todas ellas resultan muy representativas de un estilo que Montalbano comenzó a definir en su paso por la televisión, como director del mítico programa Todo por 2 pesos.
La película nace en una idea extendida: la calvicie es un problema tan grave para quienes la padecen, que el valor del pelo puede equipararse al del dinero. A tal punto el relato se sostiene en esa valoración, que en el título de la película el pelo ocupa el lugar de los dólares mencionados en el de la ópera prima de Sergio Leone, clásico fundamental del spaghetti western. A su manera, Por un puñado de pelos es también una del Oeste. Tuti Turman es el joven hijo de un exitoso empresario, considerado el inútil de la familia. Pero teniéndolo todo, Tuti vive acomplejado por su pelada. Cuando se entera de que en el pueblo donde vive la familia del portero de su edificio, que además es su único amigo, existe una cascada que hace crecer el pelo a quien se moje en sus aguas, decide ir allá a probar su suerte. El resto de la acción transcurre en ese pueblo en medio del desierto, lugar indefinido que remite a una mescolanza ridícula de pseudotradiciones latinoamericanas.
La película resulta eficaz en su primera mitad, cuando se plantean las líneas básicas del relato y se definen los perfiles de algunos personajes. Las referencias al western son copiosas y el conflicto es un clásico del género: un extranjero llega para apoderarse del tesoro del pueblo, dividiendo a la comunidad. En lo que dura esta larga introducción, Nicolás Vázquez expone con gracia los traumas y la estupidez de su personaje, y la presencia del Pibe Valderrama y el Negro Rada entretienen por lo inesperado. Pero la mitad final diluye la efectividad del comienzo, abriendo subtramas que luego quedarán abiertas, y el desbalance entre actores y no actores, recurso eficaz al inicio, acaba lastrando el relato. Una prueba de que cualquier historia, incluso la más disparatada, debe contar con un narrador capaz de no contagiarse de la torpeza de sus personajes.