Vínculos
Diez años le llevaron al actor y ahora director Gustavo Garzón para terminar trazando las coordenadas de un guión con muchas reescrituras que termina siendo el valor más importante de esta ópera prima intimista y muy personal, Por un tiempo.
Ese trabajo meticuloso en los diálogos, en abarcar desde lo cinematográfico los aspectos más cotidianos en la vida de una pareja de jóvenes, Leandro y Silvina, que en su momento de mayor felicidad y a la espera de un hijo se ven de repente atravesados por una situación límite e inesperada, se extiende a la excelente elección del elenco para conseguir un reparto ajustado a los fines dramáticos, encabezado por el ascendente Esteban Lamothe, la directora Ana Katz y la revelación Mora Arenillas –elegida tras un extenso casting-, a quien le toca un rol contenido pero muy expresivo desde las emociones y la angustia.
Garzón se toma el tiempo adecuado para que el relato crezca en el aspecto dramático, matizado con un sutil humor de vez en cuando, y sobre todo a partir del punto de vista de Leandro, arquitecto, quien se entera de la existencia de una hija adolescente, Lucero, tras conocer a la hermana de la que doce años atrás fuese una de las chicas con las que estuvo y que en la actualidad padece una enfermedad que la ha obligado a delegar el cuidado de su hija en manos ajenas.
Lucero (Mora Arenillas) no puede elegir con quién vivir y tampoco conoce a su padre como para establecer un vínculo desde el comienzo. La falta de comunicación entre ella y Leandro, sumada la interferencia obvia de su esposa embarazada, Silvina, quien debe aceptar la nueva realidad sin elección, genera cimbronazos, reproches, celos, en la pareja y el pequeño mundo de confort y bienestar del protagonista se desmorona en un abrir y cerrar de ojos.
Nada de lo que ocurre en Por un tiempo resulta exagerado o forzado y es ese verosímil el que realmente permite la reflexión en los intersticios de los conflictos de cada uno de los personajes: en el caso de Lucero desde la transición de la adolescencia hasta la singular situación de abandono por las circunstancias familiares; en el caso de Leandro, el aprendizaje de la convivencia y la aceptación de la paternidad deseada así como la no deseada; para el caso de Silvina, la capacidad de asumir un rol para el que no se está preparado como el de la sustitución pero sin renunciar al deseo genuino de ser madre.
El debut cinematográfico de Gustavo Garzón no se caracteriza por la originalidad del tópico elegido sino por el tratamiento sobre la superficie dramática, sin aludir a lugares comunes, y concentrado en sus personajes, en las decisiones que conllevan pequeñas acciones para consumar y hacer verosímiles las emociones.