Carlos Ameglio, director de la serie “Psiconautas” encara con su particular estilo humorístico, una historia centrada en el corazón de Montevideo a mediados de los ´80 en la que habla, entre otras cosas, de la pasión por el cine, de los proyectos quijotescos y de un género que concita las fantasías más ocultas: el porno.
Todo comienza en el confesionario de una iglesia y mediante un gran flashback, en el que prácticamente se va desarrollando toda la película, aparece en el centro de la historia Víctor, ese eterno adolescente tardío que parece destinado a negarse a crecer –personaje arquetípico que Martín Piroyansky una vez más acierta, en este rol que le calza como un guante-.
Un artista, un bohemio, un amante del arte, Víctor ha filmado una serie de cortometrajes con su novia y actriz fetiche, pero obviamente con su casamiento, parece haberle llegado la hora de “sentar cabeza” y el cine no le permite la posibilidad de sostenerse económicamente y lograr que sea su medio de vida, con el que pueda generarse suficientes ingresos.
Absolutamente desalentado, Víctor decide por fin vender su cámara de video con el objetivo de hacer frente a algunas obligaciones dado su inminente casamiento, contando así con algo de dinero disponible.
Cuando toda la suerte parece estar echada y Víctor ya se encuentra dispuesto a cumplir su nuevo rol de oficinista en el Banco/Financiera que lidera su futuro suegro, su amigo Aníbal (una excelente dupla para Piroyanski a cargo de Nicolás Furtado en un rol diametralmente opuesto a su trabajo en “El Marginal”) aparece con una propuesta que modificará por completo todo lo planeado.
Aníbal atiende el video club del barrio –espacio donde justamente el guion encuentra permanente guiños cinéfilos y referencias de una época dorada en donde comenzábamos a degustar el cine en casa-, y en el intento de encontrar un potencial comprador, terminará presentándole a Boris (Daniel Aráoz), quien además de tener interés en la cámara, necesita con urgencia los servicios de Víctor, para que justamente con su cámara, oficie de director y finalice un proyecto en curso, que deberá terminar en tiempo récord.
Tentado por la suma que Boris está dispuesto a pagar por el trabajo, que le dará la posibilidad de aportar ese dinero para su casamiento, Víctor aceptará sin poner demasiadas condiciones ni hacer demasiadas preguntas.
Finalmente se develará el proyecto: una película porno de acotadísimo presupuesto, contando con Ashley, una estrella que ya ha tenido sus cinco minutos de fama y ahora se encuentra en un dudoso momento de desarrollo de su carrera.
Aquí será justamente donde surgen los mejores disparadores y ese sentido del humor auto-referencial que recorre la historia, donde jamás se pierde de vista que el porno es un género considerado completamente menor, bastardeado y sobre todo asociado a un espectador que lo consume sin mayores exigencias ni pretensiones.
Víctor, con su trayectoria como director de sus cortometrajes vanguardistas y disruptivos, deberá desempeñarse dentro de esta producción en donde tratará de imponer su criterio estético y sus ideas, lidiando con un género en donde el público no necesita ningún argumento ni ninguna razón de ser, más que la de ver a los actores destinados a filmar récords y proezas sexuales y hacer gala de ciertos atributos propios de todo un código que marca la industria.
La buena noticia es que la estrella porno se encuentra absolutamente dispuesta y entregada al “proceso creativo” y aportará todo su talento y nuevas ideas para intentar recomponerse de esta de prematuro ocaso que cubre a su carrera.
La mala: como en toda buena comedia de enredos, nada sale de acuerdo con lo planificado y un rodaje que parecía simple comienza a complicarse no solamente por los detalles propios de la filmación (maximizados por la inexperiencia de Víctor) sino también por la atracción que Víctor siente por Ashley que complica sobremanera su situación personal.
El guion del propio Ameglio, acompañado por Daniel D’Agostino, Bruno Cancio y Nicolás Allegro, gana sobre todo en la primera mitad de la película en donde aparece con una idea más desestructurada, mayor desparpajo, donde se asume cierto riesgo y juega con la idea de la industria del porno en manos de amateurs desorientados.
Pero a medida que la idea de Víctor se vaya poniendo en práctica –filmando una película donde el rol protagónico está a cargo del Dr. Pornostein, un científico que dará vida a su criatura cuando tenga sexo con ella-, la propuesta pierde espontaneidad y pasada esa primera mitad comienza a navegar por andariveles más previsibles y no se permite sostener la locura que la idea inicial generaba.
Si bien Piroyanski logra darle cuerpo a ese personaje que parece haberse escapado de una comedia de Woody Allen y entabla buenos vínculos con los personajes de Aníbal y de Ashley (una notable composición de la actriz brasileña Carolina Mânica, que aporta mucha sensualidad y sex appeal a su personaje) el tono general de “PORNO PARA PRINCIPIANTES” se va desinflando a medida que avanza la trama.
Pareciera que el director y sobre todo desde la propuesta del guion, no se animaron a jugarse a una comedia más desbordada, con más delirio y con lo que implicaba una propuesta de apelar al porno amateur, quedando por momentos la sensación de que autocensuraron algunas de las ideas que podrían haber potenciado muchísimo más una buena idea.