Pornomelancolía

Crítica de Fernando Bernal - Otros Cines

Pornomelancolía funde forma y fondo de una manera decidida, arriesgada y sin concesiones. Su propio título desvela lo que ofrece el film: una combinación de cine pornográfico gay (los encuentros sexuales ocupan casi dos tercios del film) con el estado emocional en el que vive sumido su personaje principal. El protagonista es Lalo Santos, un sexinfluencer mexicano de Oaxaca que acumula en su cuenta de Twitter más de doscientos mil seguidores. Desde la “no ficción”, la película recrea su cotidianeidad, guiada por su incesante y “explícita” actividad en redes sociales y por su trabajo como actor porno. Una realidad que aparece embriagada de la melancolía del título, que se manifiesta desde la primera secuencia del film, cuando Santos rompe a llorar solo en plena calle.

La presentación de Pornomelancolía, la cuarta película del argentino Manuel Abramovich, en la Sección Oficial a concurso del Festival de San Sebastián supone un paso adelante en la filmografía de un cineasta interesado en indagar en la frontera entre la realidad y la ficción. En este caso, el director de Solar (2016) acompaña a la celebridad de las redes sociales en varias etapas y tesituras, desde sus comienzos publicando desnudos en redes hasta el rodaje de una (delirante) película porno sobre la relación entre Emiliano Zapata y Pancho Villa, pasando por los encuentros con desconocidos en cuartos oscuros, habitaciones y parques.

En la parte central de Pornomelancolía, que transcurre en una villa en el desierto y pone el foco en el rodaje del film porno-revolucionario, es donde el relato alcanza un grado de hibridación más radical. Por un lado, Abramovich filma con su cámara (bastantes) secuencias de la película en proceso, pero a la vez acompaña a los actores en sus descansos con una mirada hermosamente contemplativa. El cineasta observa a sus personajes a través de encuadres que huyen en todo momento del convencional plano fijo frontal del documental de bustos parlantes. Y los intérpretes regalan a la cámara testimonios acerca de las deplorables condiciones de trabajo que imperan en la industria del porno, acerca de los ‘beneficios’ de la profesión de escort o de la forma en la que cada uno de ellos enfrenta su batalla contra la enfermedad, en especial contra el estigma que aún hoy en día supone contraer el VIH.

Luego está la cuestión de la planificación de las abundantes secuencias de sexo. El director de Años luz (2017), el documental sobre Lucrecia Martel y Zama, se muestra respetuoso, tanto en la puesta en escena del film porno sobre la revolución mexicana como en los posteriores vídeos caseros con los que Lalo Santos deviene una estrella plenamente autoconsciente (sabe cómo emplear el montaje para alcanzar más likes). Abramovich opta en muchas ocasiones por el fuera de campo y por angulaciones que muestran solo lo necesario, aunque no elude la presentación de desnudos integrales de cuerpos masculinos. En todo caso, el centro de la representación lo acaba ocupando el vacío interior de Santos, quién exhibe sus capacidades interpretativas en una magnífica secuencia que recrea su primer casting.

El pasado mes de agosto, Santos denunció en su cuenta de Twitter que, durante el rodaje de Pornomelancolía, había sido víctima de la “falsa empatía” de Abramovich. En este caso, a diferencia de lo ocurrido con Sparta, de Ulrich Seidl, la denuncia de un trato inadecuado procede de una persona implicada en la realización del film, lo que genera una cierta desazón, sobre todo porque la película trata justamente sobre eso, sobre la soledad y la falta de empatía que sufre el influencer que se encuentra al otro lado de la pantalla.