Sangre factor negativo
En el filme, el personaje de Eric (Lou Taylor Pucci) abre un peligroso libro que halla en el sótano de una cabaña.
Sin una pizca de ironía, puede afirmarse que Posesión infernal es el sueño cumplido de un laboratorio de hemoderivados. Hay tantos litros de sangre en la pantalla que uno se pregunta si es materialmente posible que mane sólo de cinco personas.
Más allá de ese cálculo en rojo, hay que decir que la película empieza de una forma honesta: mostrando un exorcismo en el cual una joven es quemada y asesinada por su propio padre. Mientras las mejores ficciones de suspenso retardan al máximo la aparición del demonio, aquí se lo expone desde el principio, lo que no deja de ser una prueba involuntaria de que la honestidad resulta contraproducente en ese arte del engaño que es todo buen relato.
Tras la escena inicial, se da un salto en el tiempo que nos lleva al paisaje preferido del gótico americano: una cabaña derruida en el medio del bosque. Ahí se reúnen cinco jóvenes amigos. Dos parejas, David y Natalie, Eric y Olivia, y Mia, la hermana de David que está tratando de sobreponerse de sus adicciones. En el sótano de la cabaña (sí, también hay un sótano), descubren animales colgados y un envoltorio atado con cadenas y alambres de púas que contiene un libro extraño.
Por esa bendita curiosidad que ya mató a mucho más que a un gato, Eric abre el libro y despierta al demonio. En ese momento, comienza una especie de exhibición de fluidos internos en la que prevalece la sangre, pero no faltan la orina, los vómitos y otras exquisitas viscosidades. También hay una interesante exposición de brazos y piernas cortadas, pieles arrancadas y huesos partidos.
Pese a estar profusamente regadas de líquidos endógenos, ninguna de esas mutilaciones presenta el mínimo grado de manierismo perverso que exhiben, por ejemplo, las torturas de Jigsaw en El juego del miedo o los complicados efectos dominó de Destino final. Como en toda remake, la inercia y la pereza se imponen en esta versión de Posesión infernal, que dirige el uruguayo Fede Álvarez y que produce Sam Raimi.
Una de las virtudes del género del terror es que sobrevive a sus peores exponentes y tiene la rara cualidad de volver simpático lo que pretende ser terrorífico. No es un mal destino para esta película.