Una auténtica aplanadora sangrienta
Se reitera la propuesta que realizadores de renombre hacen sobre otros en ciernes. Así como Guillermo del Toro con el argentino Andrés Muschietti en Mamá, también Sam Raimi con el uruguayo Fede Alvarez en Posesión infernal. Uno y otro autores de cortometrajes célebres en Youtube, germen de sus respectivos debuts fílmicos. Y a juzgar por el nivel y la conciencia de género que ambos manifiestan, la apuesta no sólo salió bien, sino que presagia mucho más y mejor.
El caso de Alvarez debe ser soñado: ni más ni menos que responsable de la remake de ese monumento de culto que es Diabólico (The Evil Dead, 1981). La primera película de Raimi (amén de otra previa, muy amateur), de presupuesto escaso, efectos justos, narración precisa. Tanto como para posibilitar secuelas y una filmografía que han despuntado a Raimi como una de las pocas figuras capaces de oxigenar el cine norteamericano. Entonces, y vista la discusión que acompañara durante años la posibilidad de la puesta al día de The Evil Dead, que sea desde el calibre de un realizador desconocido, bendecido por el propio Raimi, con su nombre en la producción junto al del venerable Bruce Campbell, nada mejor, nada más acorde con el espíritu B del original.
Y lo que resulta es extraño. Porque revuelve en el foso de gestos que el espectador sabrá recordar del film previo, pero para una gradual exposición revertida. Tanto como para instalarse a la manera de un nuevo capítulo uno, o como continuación inadvertida de lo que supone la trilogía. Así, no hay pero también hay equivalente para el gran Ash (Bruce Campbell), héroe de Raimi: por un lado, porque nadie como él; por el otro, porque todo remite inexorablemente a él. En ese hiato, se juega la película. Y lo hace con toda la furia del cine más gore y visceral.
Quedan algunos restos de humor negro, pero atravesados por una aplanadora sangrienta, que deja bien atrás a las más o menos malogradas vueltas a la pantalla -en remakes, precuelas, secuelas- de Freddy Krueger, Leatherhead, Jason Voorhees. Aquí, a diferencia de aquellas, hay un disfrute sentido, que da cuenta de las ganas que tiene el realizador de hacer lo que hace, en un film que está plagado de todos los lugares comunes al género pero que sabe, por conocerlos, cómo reactivarlos.
Así, el pseudo-Necronomicon se vuelve el mejor McGuffin, capaz de guardar muchos más secretos que los que expone, en una historia que fácilmente podría reducirse a esta consigna: cómo una adicta sobrevive a su adicción. El terror, en todo caso, no es más que un manto que recubre. Que divierte, asesina, destripa, y asusta. Posesión infernal se sitúa espiritualmente cercana al original, con una potencia capaz de vitalizar el género y de devolverle un aura bestial.