Posesión infernal es un ejemplo perfecto de cine gore. La pregunta para muchos será: ¿Qué es el cine gore? El gore es un subgénero del cine de terror cuyo núcleo principal son las escenas sangrientas de violencia explícita, donde los cuerpos son destruidos y mutilados en cámara. Son esas escenas, armadas a partir de elaborados e ingeniosos efectos especiales y complejos maquillajes, las partes más importantes y centrales del género. La historia del gore es extensa, pero más allá de los antecedentes a comienzos del cine, su esplendor surgió en la década del 60, con directores como Herschell Gordon Lewis y George A. Romero. Blood Feast (1963) y 2000 maníacos (1964) dirigidas por Gordon Lewis son casi el nacimiento oficial del gore, aunque vistas hoy parezcan juegos de niños. De hecho, Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, sin mostrar nada resulta en la memoria del espectador más gore y violenta y puede ser encuadrada en el género. Los films de Romero, por otro lado, como La noche de los muertos vivientes (1968) y El amanecer de los muertos (1973) aprovecha el gore y sus muertos vivos para armar un discurso más complejo cargado de lecturas sociales.
El género luchó siempre contra la censura y fue creciendo -no solo en Estados Unidos, sino también en países como Italia y Japón- y sumando adeptos entre los espectadores y expertos tras las cámaras. El cine en su conjunto fue incorporando el gore como parte de su universo, en películas como Macbeth (1972) de Roman Polanski, o Corazón valiente (1994) de Mel Gibson, entre muchas otras. Claro que el género también tuvo desde su origen, una fuerte conexión con el humor y una gran cantidad de películas gore tienen mucho de comedia. Una obra maestra del género es Braindead (1992) de Peter Jackson (en Argentina salió directo a video con el nombre de Muertos de miedo). Esta joya neozelandesa tiene un clímax memorable con una cortadora de césped y nada menos que trescientos litros de sangre falsa. También tiene mucho humor y efectos más que ingeniosos para un presupuesto mínimo. En 1981 Sam Raimi dirigió Diabólico (The Evil Dead) otra obra clave dentro del gore paródico. Con muy pero muy poco dinero, con un actor al nivel del proyecto, como Bruce Campbell, y con muchas ideas, la película brilló aun con sus limitaciones. Raimi hizo dos secuelas: Noche Alucinante (1987) y El ejército de las tinieblas (1992). En estas últimas dos películas la calidad era mayor y el humor también. Se podría decir que directamente eras comedias. Eran otras épocas del género, sin duda. Y otra época de Sam Raimi.
Mientras que el director de la trilogía de Evil Dead se dedica a hacer películas como Oz: el poderoso su corazón por el cine de terror parece seguir latiendo. Con una inteligencia indiscutible, él mismo creyó que era el momento de hacer una remake de su película de culto. Para eso eligió, con todavía mayor astucia, a Fede Alvarez, un director uruguayo que le debe su fama mundial a un cortometraje que publicó en You Tube. Ataque de pánico (2009) se llamaba esa joya de cinco minutos que narraba con una invasión alienígena a Montevideo. Con efectos especiales irreprochables y con una puesta en escena que mostraba un verdadero talento cinematográfico, el corto se volvió un fenómeno mundial (pasó las 7 millones de visitas) que llegó hasta los ojos de Hollywood y de Sam Raimi. Así que Alvarez fue contratado y terminó dirigiendo y escribiendo Posesión infernal, La remake del film de culto de 1981.
Un film de culto es aquel que es rescatado de un éxito comercial moderado o nulo por un grupo de fans que insisten en ver el film muchas veces e insistir sobre su importancia o sus valores. Pocos espectadores viendo muchas veces un film. Es muy común que gran parte de los films de culto estén asociados al cine de terror y también al gore. Y por supuesto, ya que estamos aclarando términos, se le llama remake a las nuevas versiones de películas ya sea tan solo su guión, o la película en su totalidad. Las remakes, ya lo sabemos, tienen muy mala fama y se les reclama el tener una intención única que es la de ganar dinero como sea. También se las acusa de pertenecer a una época sin ideas nuevas. Pero eso es una mentira absoluta producto de personas que no son capaces de entender la historia del cine o el cine actual en su totalidad.
Posesión infernal está planteada dentro de un subgénero y vinculada con un film de culto. Una situación compleja como punto de partida, pero por suerte los amantes del cine de terror no son tan miserables y snobs como para juzgar con extrema dureza un punto de partida como ese, al contrario. Las buenas noticias no deben postergarse más: Posesión infernal ya se ha ganado el derecho a pertenecer a la historia grande ya no solo del gore, sino del cine de terror en su conjunto. Sus méritos son muchos y la claridad con la que se aleja de sus contemporáneos es fácil de percibir desde las primeras escenas. Raimi sabía que una película como Diabólico ya era una reliquia y supo que la historia aun podía funcionar en esta época con un nuevo formato.
Alvarez como director y coguionista y todos los que ayudaron a hacer Posesión infernal buscaron justamente adecuarse a los tiempos que corren, tanto en la puesta en escena como en la lógica del relato, así como también en los efectos especiales y de maquillaje. Es posible que la combinación de todo esto de cómo resultado los mejores efectos gore de la historia. Renegando incluso de los efectos digitales, tratando de llevar todo lo que sea posible a los efectos mecánicos de la vieja escuela. El trabajo que han hecho está bien porque no se han ocupado de que la película funcione en todos los aspectos. Empezando por el guión, donde han encontrado la vuelta para que los protagonistas tengan algún motivo razonable para decidir y a una cabaña en el bosque. También la idea de que la protagonista deba desintoxicarse de las drogas y el juego del pastorcito y el lobo que esto generará le da a la primera parte del film una lógica que ya el género estaba necesitando para escapar de sus propios clichés.
La forma efectiva en la cual se aplican estas ideas de guión son tan fuertes que por momentos la película consigue aquel impacto dramático que tenía El exorcista (1973) de William Friedkin, una de las obras cumbres de la historia del cine de terror. Sentimos por los personajes una cercanía que no es habitual en el terror actual. Nos angustia muchísimo más cada escena debido a eso.
En ese y otros aspectos, la superioridad de Posesión diabólica con el respecto a Diabólico es gigantesca. No solo el guión, los personajes y las resoluciones, sino también toda la técnica de la película y la puesta en escena. Diabólico se hacía querer en sus limitaciones y en su euforia, pero ha envejecido sin remedio y salvo la última media hora –con Bruce Campbell como exclusivo protagonista- lo demás ya no tiene la gracia de aquella época. Acá el gore es espectacular, las escenas son fuertes, las ideas visuales se multiplican. En su imaginario terrible propio del género, la película consigue igualmente ser estéticamente impecable. Pero tiene algo más que hace la diferencia y que para el que no conozca el género puede sonar raro. Posesión infernal está hecha con amor por el gore. Y en eso es igual a Diabólico. No hay en la película de Alvarez cinismo alguno, no se trata de un producto que busca facturar subestimando a su propio público cautivo. Estamos frente a una película hecha con convicción y genuina pasión. Mejor aún, a esa convicción y esa pasión, dos cualidades que en el arte no siempre llevan a buen puerto, Posesión infernal le agrega una gran dosis de talento, lo más importante a la hora de hacer una gran película.