Poco más que previsibles escenas de posesión
Grandes comediantes como Woody Allen han demostrado la eficacia del humor judío, pero la evidencia indica que al terror judío aún le falta mucho para poder ser incorporado como género al Hollywood contemporáneo. Es una pena, porque la tradición fantástica judía ha dado films memorables como «El Golem», fabulosa tanto en su versión muda del expresionismo alemán como en la remake inglesa de la era de oro del terror británico).
Pero en manos del director danés americanizado Orne Bernedal, que toma un mito hebreo, el del cubo que contiene un demonio que consume el espíritu del que lo abre, y lo narra según el punto de vista de una historia supuestamente real que le sucedió a una familia estadounidense. Una nena compra la cajita como si fuera cualquier otra curiosidad que puede almacenar un anticuario, y luego le llama la atención que el objeto esté pensado para que no se pueda abrir fácilmente, o incluso para dar la sensación de que no sería conveniente abrirlo. Pero si no abrieran la caja no habría historia, así que luego de un rato no precisamente de película, empiezan a pasar las esperables variaciones de escenas de posesión que uno ha visto infinidad de veces en películas mucho más logradas que este mediocre producto.
El argumento se toma demasiado tiempo en describir los conflictos de la familia quebrada por el divorcio de los padres, interpretados por un insípido e insoportable Jeffrey Dean Morgan y una tensa y sobreactuada Kyra Sedwick, y no aprovecha el potencial de los rituales judíos ni le da demasiada riqueza a los rabinos que obligadamente tienen que ser parte de la historia. Pero aquí no hay una actuación ni lejanamente equivalente a la de Max Von Sydow en «El exorcista» e incluso los momentos más intensos de terror no generan miedo, sino más que nada, aburrimiento.