Es del orden de lo cierto que la catarata de filmes de posesión diabólica o de terror que se estrenaron en los últimos años supera cualquier vaticinio y/o pronostico al respecto.
Ya es como que va cansando y que va perdiendo interés hasta para aquellos a los que va dirigido. Hasta la comida que más te guste, si es en exceso te hace daño.
Ni hablar de las que se produjeron y que por suerte no tuvieron estreno comercial, por lo menos en la Argentina.
Sólo por nombrar algunas de este año basta citar “Con el diablo adentro” y “Donde habita el diablo”. Gracias a Dios “Posesión satánica” esta habla de otra cosa, pero en realidad es casi lo mismo, y en el contexto la mejor es que estreno este año, lo cual no significa que sea buena.
Se podría utilizar como analogía lo que decía Groucho Marx a una mujer: “Es usted una de las mujeres más bellas que conozco, lo que no significa demasiado”.
Pero para ser ecuánimes, y otorgarle lo que se merece, debo decir que tiene como muy buenos logros su construcción, de estructura narrativa clásica, sin retornos temporales justificativos de escenas actuales, ad hoc.
Aunque el filme sea en ese sentido un relato a posteriori, el relato es de progresión constante hacia un final de sí mismo, pero no significa que no se haya pensado en una segunda parte, tal cual lo constituyeron en su momento en el filme “Jumanji” (1995)
Digo, comete dos pecados, uno es anunciar que esta basado en hechos reales, sucesos que le ocurrieron a una familia durante 28 días de su vida.
Ese es el primer desliz. Todo apunta a que al no hablar de tragedia uno supone todo el tiempo que las cosas terminaron bien. El segundo es que el sostén discursivo esta puesto en los valores de mantenimiento de la unión familiar a cualquier costo.
Todo comienza cuando una niña compra en una venta de jardín, típica de los EEUU, una caja con una inscripción en idioma hebreo, cuyo texto no se traduce. Luego sabremos que en ella hay encerrado un “Dibbuk”, que en este caso no es un alma en pena por haber quedado en deuda durante su vida, con cosas por hacer, sino que esta corporizado en un pequeño diablillo que se mete en los cuerpos, sobre todo de las mujeres, para hacer daño.
En las antípodas de cómo articula el mismo mito el genial filme de los hermanos Coen “Un hombre serio” (2009), que en realidad pertenece al folklore judío de países como Rusia y Polonia, y no es del orden de lo religioso, y ese es el segundo desliz, ya casi un error de concepto.
La película, por otro lado, no posee errores gramaticales en cuanto a lenguaje cinematográfico. Buena dirección de arte, buena fotografía, creadora de los mejor climas, efectos especiales correctos, música demasiado empática, y muy buenas actuaciones, destacándose Jeffrey Dean Morgan (Clyde), el padre de la familia, un actor que injustamente no es muy tenido en cuenta pues tiene, y acá lo demuestra, muchos recursos expresivos, muy bien acompañado por la gran actriz Kira Sedgwick (Stephanie), la esposa, y para tener en cuenta sus dos hijas Natasha Calis (Em), por su compromiso corporal y por la diversidad de mascaras que pudo construir, lo que también es de destacar en Madison Davenport como Hana, su hermana mayor.