Nenas poseídas
En la era digital también se puede construir un mito. Todo comenzó con un artículo en Ebay. La descripción detallaba la seguidilla de catástrofes y apariciones que condujeron al dueño de una caja antigua a un malestar insostenible y al borde del suicidio. La ofrecía en subasta y con la aparente intención de deshacerse de la fuente de sus pesares. Cuando un relato suena más convincente de lo que debería y se presenta en canales poco convencionales la tendencia se inclina, en el peor de los casos, a la sospecha.
Clyde (Jeffrey Dean Morgan) está divorciado y es padre de dos pequeñas niñas. El fin de semana es la única instancia en donde tiene permitido ver a sus hijas. Después de recogerlas y planear sus actividades deciden visitar una venta de jardín. En ella, Em (Natasha Calis) la más chica, entra en contacto con una delicada caja antigua con un grabado en hebreo. Oportunamente, la caja contiene un espíritu judío llamado Dybbuk, que incapaz de trascender hacia otro reino permanece atrapado, aguardando la posibilidad de poseer un cuerpo humano.
El fenómeno paranormal que acecha a los personajes de la película tiene, naturalmente, sus raíces en la religión y forma parte de un eslabón ocultado por sus autoridades, descalificado por los escépticos y resguardado en el universo de la superstición. En consecuencia a la invisibilidad oficial y al alimento del mito a través de falsos testimonios, cuando la entidad destructiva emerge delimitando su sordidez y cristalizando la extensión de su crueldad las herramientas a favor de la víctima son precarias e inespecíficas. Los personajes que padecen el rumbo intempestivo de lo incierto flotan inercialmente en un limbo de contraposiciones. Lucidez Vs Locura, imprecisión versus certeza, realidad versus alucinación. La inexorabilidad de su destino parece no detenerlos y la ínfima chance de supervivencia motoriza una persecución con victoria cantada. Y es que en ningún momento la parte más débil se encuentran en control de las cosas. Simplemente siguen las reglas del juego. Consienten a su verdugo. La falsa ilusión de sobreponerse con razonamiento humano e ímpetu vital a la portentosa e inflexible fuerza divina encuentra motivación en el ingenuo plan de vencer a la probabilidad. Reposar todas las esperanzas en ser el diferente, en doblegar a un patrón de derrotas sólo por la posibilidad de convertirse en la excepción a la regla es ciertamente osado. Y una vez más, ineficaz.
Sam Raimi, el legendario director de cine más conocido por sus parodias al cine de terror clase B, ocupa esta vez el cargo de productor. Lo hace sistemáticamente, en producciones del género similares a esta, desde hace casi una década. Con resultados como El grito (The Grudge, 2004) o 30 Días de Noche (30 Days of Night, 2007) es imposible no preguntarse si Raimi no ayuda a nutrir al cine del cual alguna vez se burló con tanta mordacidad.
En Posesión Satánica (The Possession, 2012) Jeffrey Dean Morgan sorprende no sólo por su parentesco a Javier Bardem sino también por confirmar sus dotes acotrales fuera de la comedia. A pesar de esto y de su precisión técnica, esta cinta no ofrece nada novedoso ni particularmente entretenido.