Frío en el pecho del Diablo
A esta altura uno pierde la noción de la cantidad de films de posesiones demoníacas que se van sucediendo en los últimos años, generalmente con resultados pobres. Este año incluso tenemos Con el diablo adentro, Donde habita el diablo y ahora le podemos sumar esta última Posesión satánica, dirigida por Ole Bornedal (Nightwatch, Vikaren, entre otras). Si nos acotamos tan sólo a los estrenos comerciales de películas de terror, podemos hablar de una especie de crisis del género que aún no ha encontrado un nuevo norte en esta década. Hasta el glorioso y querido John Carpenter ha dirigido una película muy floja como Atrapada en estos años. Todavía se mantiene en pie y bastante sólida la saga de Actividad paranormal, que sin embargo va en camino de agotarse, y tampoco han aparecido buenas remakes (la nueva versión de La cosa es bastante pobre) aunque han habido algunos buenos casos aislados como Noche de miedo, con Colin Farrell.
La productora de Sam Raimi, es responsable de una larga lista de films de terror bastante mediocres, aunque también algunos buenos. El caso de Posesión satánica entra entre los primeros. El film cuenta la historia de una niña llamada Emily (Natasha Calis) que compra una caja muy extraña en una venta de garaje. Inmediatamente comienza a comportarse muy extrañamente, cada vez más violenta y aislada. Sus padres se preocupan, hablan con especialistas y ya se imaginan el resto. Es un esquema que un tal William Friedkin estableció en 1973 en una película bastante aterradora cuyo nombre no logro recordar.
Nombrábamos anteriormente a Sam Raimi, y venía al caso que, a simple vista, o mejor dicho en un examen superficial de Posesión satánica hay elementos que la emparentan con su cine, especialmente con sus películas emblemas de terror: la trilogía Evil dead. Y con esto me refiero en principio, a que al igual que en aquellas películas, un elemento maldito externo, físico y bien reconocible es el portador del mal. En Evil dead teníamos al Necronomicón, aquí tenemos esta cajita loca que contiene un Dibbuk, que es un demonio judío. No sé cuál será la diferencia con un demonio católico: imagino que no debe creer en que Jesús sea el Mesías o que sólo se alimenta de almas Kosher. Además, las manifestaciones de la niña poseída también tienen ciertas particularidades similares a los poseídos en la cabaña de Evil dead. Esto es: ojos en blanco, violencia, gritos desgarradores y cualquier acción que se aleje de la sutileza. También se puede emparentar con el cine Raimi la utilización de la música, que es constante, y que subraya y engorda cada secuencia. De hecho, a cada corte suena sostenida una nota grave en el piano, que nos dice: “¡ojo que acá explota todo!”. Esa es la gran mentira de Posesión satánica en la que nos envuelve el nunca mejor llamado Oooole Bornedal.
Porque si hasta aquí hemos sido indulgentes con Posesión satánica es porque el film lo es con nosotros hasta que nos damos cuenta de que ya se termina y nunca llegó realmente al clímax que promete. Como un amante canalla, la película de Bornedal construye bastante bien la tensión necesaria, prepara el territorio, con unos cuantos lugares comunes y algún que otro efecto especial berreta (al parecer, tener un demonio milenario en tu cuerpo te produce unas monstruosas ojeras), pero narrativamente es correcta. Sin embargo, cuando llega el final, cuando hay que enloquecer y aterrorizar, Posesión satánica se queda en las vísperas y se convierte en el perfecto ejemplo del concepto de “película pecho frío”.