Del talento y la creatividad al regodeo y la provocación
El siempre polémico director de Japón, Batalla en el cielo y Luz silenciosa se arriesgó con elementos personales (sus dos hijos en la vida real tienen papeles centrales y una de las locaciones principales es su propia -y bella- casa de campo) para una ambiciosa (tanto desde lo visual como de la puesta en escena) descripción de las profundas diferencias económicas y culturales, y las luchas de clase que subyacen en México y que -como todos los conflictos sostenidos con demasiada tensión- suelen explotar en el momento más inesperado y de la peor manera.
Reygadas -que recibió el premio al mejor director en el Festival de Cannes 2012 por este trabajo- no se ahorra situaciones extremas: luego de un hermosísimo plano-secuencia inicial, aparece -literalmente- el Diablo (en precaria versión fluorescente) y poco después mostrará desde una orgía hasta asesinatos a sangre fría, pasando por un final a puro rugby.
El film -trabajado en las tomas de exteriores con lentes que deforman los bordes de la imagen- va de lo más íntimo al retrato coral, de la austeridad a lo grandilocuente, de lo familiar a lo social, con resultados que por momentos subyugan y en otros, irritan.
Cineasta virtuoso, radical y creativo, Reygadas parece demasiado tentado por la provocación y enamorado de sus ideas (su genio). Esa compulsión por impactar, trascender, por demostrar en cada plano su talento, cae por momentos en el regodeo y el capricho pretencioso (el director y colega Juan Villegas utilizó con acierto el neologismo “obramaestrismo”), y termina fagocitándose así muchas veces las buenas ideas que indudablemente tiene.