Menos luces que sombras
Con claroscuros de paisajes dramáticos, trascendentes como su título; con una supuesta línea autobiográfica y estrenando la modalidad de distorsionar los bordes de la imagen, el retorno de Carlos Reygadas parece otra vuelta de tuerca respecto de su última película, la sublime Luz silenciosa (2009). Pero es, siguiendo sus juegos visuales, un espejismo. El inicio resulta uno de los más bellos e innovadores del cine contemporáneo. Una niña mira al cielo, desorientada; la rodean perros y vacas que luego persigue, abandonada en ese paraje, mientras el encapotado cielo se resquebraja. Ya de noche, llueve y truena en el campo; la chica descansa con su familia cuando un diablo rotoscopiado (la clásica caricatura del macho cabrío) entra a la casa; lleva una enigmática caja y espía en los cuartos.
Como la figura del diablo, Reygadas muestra un boceto elíptico y genial sobre lo que ocurrirá con esa familia, burguesa y presumiblemente retirada de la ciudad para vivir en un ámbito relajado, pero hostil. El problema es que la historia no cumple las expectativas de ese enorme comienzo, que también alimentan la breve aunque compacta trayectoria del mexicano. Post tenebras lux divaga entre la experimentación y un hilo narrativo que (si bien nunca fue el fuerte del director) aparece descompensado. Llegado cierto punto, el truco visual resulta vano; una pedantería a la que suman escenas sin sentido. Abucheada y luego premiada en Cannes, Post tenebras lux ratifica a Reygadas como un director cuya audacia puede exceder al criterio.